Desde LA CRÓNICA hemos criticado, con cierto cariño pero con esforzada reiteración, a esos defensores del medio rural que lo hacen desde la ciudad, como hijos y nietos de quienes tuvieron que dejar la casa y la magra hacienda para buscarse un destino mejor lejos de donde nacieron. Esos, al menos, tienen derecho de sangre para, desde la comodidad de la distancia, pontificar sobre la despoblación, pues de algún modo son cosas de (su) familia.
En esto, los únicos que tienen todo el derecho de bramar en arameo, si así lo consideran, son los que aguantan todo el año a pie firme y con incontables sacrificios donde otros turistean dos horas y en verano, allí donde los hijos del pueblo no vuelven en cuanto entierran a los padres.
Hablar de la España vaciada se ha puesto tan de moda que ya da ahínos, produce bascas y otros muchos síntomas de hartazgo incluso a quienes han visto de casi todo durante décadas en esta España de cerebros ausentes y de hipócritas a tiempo completo.
Lo penúltimo que está por llegar, y lo último que esperábamos ver, es que una escritora de libros de cierto éxito eligiera un pueblo de la Serranía para, de la mano de su editorial, acarrear periodistas urbanitas en misión redentora. El reclamo es tomar un pincho en confraternización con los escasos habitantes de Majaelrayo, ahora que se ha acabado el verano y los niños ya van al colegio, en la capital.
"Tomaremos el aperitivo con los habitantes de la localidad y después tendremos un almuerzo campestre en la plaza", animan desde la editorial de Luz Gabás con la misma sensibilidad con la que un entomólogo clava el alfiler en el tórax del insecto antes de dejarlo ensartado en su colección.
Nos han invitado. Nosotros no vamos.
La despoblación de Guadalajara, como la de todo el interior peninsular o la de las aldeas de la Galicia alejada de la costa, es la consecuencia directa de más de medio siglo de desatenciones por parte de quien debería darlas, que es el Estado.
Y no se soluciona con las carantoñas interesadas de las estrategias comerciales de turno. Alguna de ellas, según se mire, hasta ofenden. Como esta, en Majaelrayo.