Fue un día como hoy, hace exactamente un siglo. El 9 de febrero se cumple el centenario de una tarde infausta, cuando la llamas empezaron a devorar el edificio principal de la Academia de Ingenieros del Ejército y, con ello, mucho del porvenir de Guadalajara. Al día siguiente se comprobó lo irreparable del daño.
Las pérdidas se estimaron en 15 millones de pesetas de la época, pero eran en realidad mucho mayores, pues el fuego arrasó los 28.000 volúmenes de la biblioteca, todos los talleres con la tecnología más puntera de su tiempo…
Un vídeo, editado al efecto con textos y coordinación de Pedro José Pradillo, lo recuerda en algo menos de diez minutos:
¿Por qué fue tan importante la Academia de Ingenieros para Guadalajara?
Nunca, en toda la historia de Guadalajara, se ha reunido tanto inteligencia en esta ciudad durante tanto tiempo y con tanta intensidad como en las muchas décadas en que permaneció activa la Academia de Ingenieros.
Esa institución no sólo revitalizó la vida económica y social de la capital alcarreña desde 1833, sino que fue una fuente inagotable de referencias intelectuales para España, tanto en lo militar como en lo civil.
Siglos antes, con el Marqués de Santillana y mientras la casa de los Mendoza ejerció su poder desde las cercanías del Henares, Guadalajara brilló porque lo hacían sus señores y, a su lado, un grupo de personajes próximos. Hasta alguna herejía, como la de los alumbrados, nació a su vera. Pero lo del apogeo por causa de la Academia fue bien distinto: mucho más amplio y , por el momento, de imposible repetición por estos lares.
Recordar la Academia es pasar revista a nombres tan señeros como Mariano Barberán, Emilio Herrera Linares, Alfredo Kindelán, José Ortiz Echagüe o Pedro Vives Vich.
La Academia de Ingenieros del Ejército ocupó, casi un siglo, el palacio de Montesclaros. Allí hubo tiempo de ver salir 115 promociones y de convertir a Guadalajara en cuna de la aerostación y de la aeronáutica española, con un nivel técnico equiparable a lo más avanzado del mundo.
Tanto el Ayuntamiento de Guadalajara como la Diputación costearon a lo largo del tiempo más de una reforma en las instalaciones, para retenerlas ante las frecuentes escaramuzas de traslado a otras capitales con más renombre. Alfonso XIII prometió su reconstrucción, que no se acometió, como resulta evidente. La República certificó su fin. Tras la guerra civil, hubo intentos alcarreños para recuperarla, también baldíos.
Hoy, un siglo después, todavía se la recuerda con añoranza.