Hélène Carrère d’Encausse es una gran dama francesa, hija de georgianos. Para pasmo de xenófobos, en el país vecino llevan siglo y medio aprovechando como pocos a los inmigrantes y a sus vástagos. Y a los vástagos de los vástagos, porque doña Hélène es la madre de Emmanuel Carrère, el conocido novelista.
Todo lo anterior tiene su importancia porque la vigorosa anciana, a sus 92 años, fue entrevistada por un importante canal de televisión de Francia como secretaria perpetua que es de la Academia Francesa. La mujer se mantiene lúcida. Cuando le preguntaron por Michel Houellebecq, de forma decidida hizo votos por que el polémico escritor entre ya en la Académie y lo comparaba, ni más ni menos, que con Balzac.
Todo esto ocurría el pasado mes de febrero, más o menos en los mismos días en que enterrábamos más hondo a Cela en su centenario; con Fernando Arrabal apurando sus últimos alientos en París, ignorado por sus compatriotas, y con lo que queda de Antonio Gala también en el olvido.
«Anéantir» se publica ahora español
Iba a ser para agosto cuando se tendría que haber publicado en español «Anéantir», la última entrega (puede que, en verdad, no haya más) del siempre epatante/épatant Houellebecq.
No tendría que ser una tarea difícil verter al castellano las más de 700 páginas de la novela, escritas con la misma fluidez que las anteriores. Si acaso, el mayor reto puede que sea el propio título, puesto que anéantir, que algunos ya han traducido por «aniquilar» es bastante más que eso, sobre todo en esta historia. «Aniquilación» es el título con el que apatrecerá en las librerías.
En francés, néant es la nada y es que de eso trata esta historia.
Al poco de ponerse a la venta en Amazon, el pasado mes de enero, uno de los primeros comentarios era el de una mujer que arremetía contra la misoginia del autor, al que tantos otros han calificado de parafascista, antimusulmán (por «Sumisión» y otras hierbas) y muchas lindezas más. El hombre, esencialmente, es feo, diferente, fuma raro y le gusta provocar. Y sin embargo, su capacidad para radiografiar el presente es innegable.
En «Anéantir», para reflejar el mundo de hoy lo sitúa en un futuro muy cercano, el 2027 de las vísperas electorales francesas. Hay mucho TGV, mucha consulta hipocondriaca o ignorante a la web de Doctissimo y una buena sucesión de medidos estrambotes, como la idea de llenar de plantaciones de cannabis el Périgord, tan conocido por sus trufas, tras un supuesto e inminente fin de la prohibición de la marihuana. Se suceden también extenuantes fuegos de artificio con los ecolo-fascistas, que recalan para sus fechorías frente a La Coruña y cerca de las Baleares.
Según Paul, su protagonista, el mundo de hoy se define por «este ambiente pseudo-lúdico, pero en realidad de una normatividad casi fascista, que poco a poco ha infectado los más mínimo rincones de la vida cot¡diana». (pág. 131)
Cínico, descreído, sabio…
¿Es un cínico, un descreído o un sabio este personaje, imaginado al borde de los 50 y hombre de confianza de un ministro en trance de llegar a las más altas magistraturas del Estado? La respuesta deberá encontrarla el lector, pero ahí van algunas sentencias que alumbran bastante bien el perfil del supuesto alter ego de Houellebecq:
• «Una mejora de las condiciones de vida a menudo corre pareja con un deterioro de las razones para vivir, y en particular de vivir juntos». (pág. 35)
• «Los hospitales no deberían estar en las ciudades, allí el ambiente es demasiado agitado, está demasiado saturado de proyectos y deseos, las ciudades no son un buen lugar para morir». (pág. 73)
• «Amar no es exactamente un oficio pero el oficio es necesario, también». (pág. 233)
• «La democracia está muerta como sistema». (pág.281)
• «El mundo humano le parecía compuesto de ególatras bolitas de mierda». (pág. 314)
• «El pecado del Cristianismo es la esperanza». (pág 454)
• «No pensaba que, a largo plazo, la razón fuese compatible con la felicidad; tenía más bien la certeza de que llevaba siempre a una completa desesperanza». (p. 539)
Y de postre, su torpedo al actual auge de Spinoza, convertido en adalid de ecologistas y nuevaoleros a la moda del siglo XXI. La idea de divinizar la naturaleza le provoca directamente «ganas de vomitar». (pág. 151).
No es aquel filósofo judío perseguido por los judíos el único que sufre los sarcasmos del francés. Se burla por igual de periodistas y de abogados, ambos «en contacto directo con la mentira, sin contacto inmediato con la materia, con la realidad ni con ninguna forma de trabajo». (pág. 327), aunque en este caso lo haga por boca del desdichado Aurélien, otro de sus personajes.
Todo eso forma parte del fresco que es esta novela, que incluye una monumental maniobra de distracción, más propia de «El Código Da Vinci», en la intriga por la sucesión de atentados terroristas en este mundo global, sin enemigos fácilmente identificables.
Y aunque la primera vez que anéantie aparece en el texto sea en la página 245; la segunda, en la 316 y que en total no sume la media docena, sí que va a ser cierto que el título se justifica.
En el camino de la nada
La nada que nos restriega Houellebecq en la cara, después de todo ese entretenido paseo por los alrededores de la realidad, es la del destino de nuestra propia existencia individual. Porque «hundirse en la nada» es, dicho con otras palabras también suyas – de Paul, del autor– «es el hecho de envejecer» (pág. 563) aunque, aprovechando para recordar a Epicuro, subraye que «nuestra propia muerte nos concierne bastante poco» hasta el punto de que «él hará como todo el mundo, disimulará su propia agonía».
Al final, con Prudence, su recuperada compañera, celebran haber podido vivir juntos, frente a tantos errantes solitarios.
A este supuesto Balzac del siglo XXI, obviamente, no le asalta la misma duda que a Albert Camus en «La Peste»: sobre el lienzo no intentaría discernir si lo que está escrito es la palabra solitario o solidario. Para Houellebecq lo que importa es él y, si acaso, su compañía.
Todos, eso sí, camino de la muerte. Esa que nos iguala más allá de cualquier tópico y que se precipita al final de la novela. A pesar de todos sus trucos, sus excesos y sus déjà vu estilísticos, todo un novelón al gusto decimonónico que se lee de un tirón entre las luces y las sombras de este desasosegante siglo XXI.
(Esta crítica fue publicada originalmente en LA CRÓNICA el 19 de febrero de 2022, sobre la edición original francesa de la obra. Las referencias a las páginas aluden, por tanto, al volumen de la editorial Flamarion y no a la de su versión española. Las citas son traducciones del periodista que la firma.)