Es el signo de los tiempos: si lo dice la Wikipedia, se acepta como verdad. Puede que antes te lo hayan confirmado los amigos, pero la muerte de Paco García Marquina saltaba al oráculo universal pasadas las diez de la noche del 7 de enero de 2022. Una triste verdad, una pérdida para Guadalajara y para lo que todavía puede definirse como cultura en todo lo que nos rodea y que nos da, precisamente, vida.
El corazón, el grande y generoso corazón, le ha terminado fallando.
Francisco García Marquina, Paco para todos los que alguna vez le trataron y desde ese mismo momento no dejaron de apreciarle, fue siempre una excepción. Visto desde una provincia que se ha dejado robar a muchos de sus mejores por Madrid, este madrileño de 1937 se vino para La Alcarria, haciendo el camino inverso a tantos otros.
Biólogo de formación y oficio, habrá que aceptar que no fue un sueño aquel piso suyo en la calle Constitución, la empinada calle que nació dedicada al Marqués de Villaverde en Guadalajara. Pronto llegaría Caspueñas y su piscifactoría. Y muy poco después, Cela.
García Marquina recibía mejor que el nobel, porque se mimetizaba con el paisaje y dejaba que sus invitados holgaran felices y ocurrentes sin necesidad de convertirse él en el centro de la reunión. A las orillas del Ungría, la cultura de Guadalajara creció fértil, como lo haría después cerca del Henares. Con discreción, como le gustó siempre, y de un modo incesante. Ya fuera en la Institución «Marques de Santillana», en su larga colaboración dentro de la Fundación Siglo Futuro o en cualquiera de los múltiples ámbitos que atendió, su savoir faire acompañaba, como una expresión certera y en un sentido más amplio que en la francesa original, su incansable eficacia, sin necesidad de brillos y oropeles.
Mucho más que Cela
A Paco García Marquina le acompañó siempre el vínculo celiano, cuando en verdad sus mayores tesoros nacían de su más intensa intimidad. Fue un gran poeta desde antes de la saga-fuga alcarreña del de Padrón y lo siguió siendo siempre, en una trayectoria en la que no faltaron premios pero que quedó eclipsada por otros menesteres literarios, más circunstanciales.
En su última etapa, tan dilatada y feraz, destacó como un articulista inmenso. Era un placer sin medida reconocer la inteligencia de lo dicho y el modo de expresarlo. Con el tiempo, incluso antes de octogenario, entre las líneas de sus columnas se destilaba un creciente desencanto, inevitable para quien siempre vio el mundo con la certera profundidad que sus ojos le negaban.
El Marquina periodista fue tan humano como el Marquina poeta o el Marquina ensayista o el Marquina conversador. Irremediablemente humano como individuo y, gracias a ello, humanista a tiempo total durante una larga vida, vivida y compartida en la tierra que hizo suya.
Descanse en paz.