Cuando era joven y no era un viejo eterno, cuando vivía en Madrid, cuando se ennovió de Carmen Martín Gaite; cuando aún no se había casado con ella; cuando era un veinteañero, un hijo de jerarca falangista, un español en la España oscura, fue capaz de dar a la imprenta una de las mejores obras de la literatura del siglo XX en español. Se llamaba Rafael, lo parieron en Roma y hacía ya muchas décadas que no parecía de este mundo de tanto aborrecerlo desde dentro de su mirada.
En una entrevista de Inés Martín para "ABC", publicada en abril de 2015, un desharrapado y casi nonagenario Rafael Sánchez Ferlosio miraba de frente, a medio camino entre la insolencia y la desgana, a la cámara.
— "El periodismo va de aniversario en aniversario", razonaba demoledor Ferlosio, en una de sus respuestas.
A Rafael Sánchez Ferlosio le quedaba morirse y poco más para que le lleguen, en aluvión, los homenajes que entonces se le hurtaban, olvidado ya en esos años el protocolo de recibir el Premio Cervantes.
Ferlosio pudo imitar en su longevidad a Chagall, que rozó el siglo, pero su cuerpo y quizá tampoco su voluntad lo hayan querido. Tampoco se ha quedado tan lejos. Ni como lector ni como periodista ni como alcarreño tuve ocasión de comentarle que nunca ninguna prosa me ha recordado tanto los colores y la poesía de aquel pintor como la suya. Lo haría sin esperar respuesta, porque Ferlosio se las guardaba para él, pecio íntimo de su naufragio vital. "Mariconerías", pensaría para sí, si lo supiera. O no. Según.
Sólo quien es artesano de colores (Alfanhuí o su maestro alcarreño, Ferlosio o Chagall…) puede proclamar que "el Henares es un río terroso que baja por las tierras oscuras y viene de las oscuras montañas. Está hecho con las sobras de las nubes olvidadas por los vericuetos de la serranía".
Para quienes deambulamos sin rumbo ni ganas por la ciudad, reconozcamos que pocos han sabido asomarla como él al campo que la rodea. Nada que ver con el gallego que observó La Alcarria como un entomólogo displicente o con el hijo del militar de la Academia de Ingenieros que esperaba el momento de irse para Madrid y (casi) nunca más volver. Los bizcochos borrachos, a los que no renunció, se los hacía llevar.
"En el campo de Guadalajara amarillea el espino. Alterna la flor del espino con la grana de los tomillares. Un verde tierno se desvanece entre la tierra y los ásperos arbustos. (…) Las viejitas vestidas de negro, hermanas de las llares y de las sartenes, juegan al corro en los verdes prados. Las viejitas tienen los huesos de alambre y mueren después de los hombres y después de los álamos. Se ahogan en los vados del Henares y se las lleva la corriente, flotando como trapos negros. A veces se enganchan en los mimbres o en los tamujos que crecen junto a los tajamares de los puentes, y enredan los anzuelos de los pescadores. Las viejitas de Guadalajara van siempre juntas y huyen cuando alguna se ahoga, y no se lo cuentan a nadie".*
En 1952, un joven hizo de Guadalajara una ciudad mágica como nunca más lo ha vuelto a ser. Por eso hay que releerlo y volverlo a leer. Así, tal vez, podamos sobrevivir mejor a lo cotidiano. Y revivir a Rafael Sánchez Ferlosio, eterno en sus escritos, dicen que recién fallecido.
El escritor Rafael Sánchez Ferlosio, autor también de El Jarama, ha fallecido este lunes, a los 91 años en Madrid, tras ingresar la víspera en un hospital. Novelista, ensayista, gramático y lingüista, obtuvo el Premio Cervantes en 2004.
* Citas tomadas de las páginas 68 y 69 de "Alfanhuí", en la segunda edición de Editorial Destino, de 1979.