No va más. Esta vez el campo se levanta de verdad ante la injusticia. Son afirmaciones que oímos en los medios de comunicación con la movida de los últimos días en las manifestaciones de agricultores y ganaderos. Permítanme que en este caso personalice, aunque en nuestra formación siempre se nos insufló que lo importante no somos nosotros y así lo he venido aplicando en mi carrera de casi tres décadas como profesional de la comunicación. Y es que, hace unos años cambié mi oficio de siempre por el de agricultor, debido a mis vinculaciones con el campo y por la relación desde pequeño con mi pueblo. Por eso, creo que estoy en disposición de poder opinar con pleno conocimiento de la tierra de lo que viene ocurriendo en las últimas décadas en mundo agrario. Las sensaciones de trabajar en plena naturaleza son estupendas; la relación con proveedores y compradores, también. Pero, qué queda: pues, si hay que adquirir bienes y servicios a precios de siglo XXI, se hace y punto. Gatos que son los que son. Lo normal. Sí, pero…
Aquí empieza lo que es la madre de todas las batallas. ¿A qué precios vendemos los agricultores y ganaderos nuestros productos? ¡Por cierto, de alimentación, de sector primario, de primera necesidad, oiga! Y, también con calidad europea contrastada y con los estándares que marca la UE para fruta, cereal, huevos, carne, etc. Algo que, curiosamente, no se exige a la hora de importar los mismos productos de otras latitudes, mientras se paga lo mismo por ellos y, además, se emplean en la mayoría de las ocasiones para que exista una oferta suficiente como para asfixiar de nuevo a los productores autóctonos. Es decir, apretar las tuercas siempre al último eslabón de la cadena alimentaria, que es el que sale perdiendo una y otra vez.
Esfuerzo sin premio
El desconocimiento general de lo que material y físicamente cuesta producir estos alimentos básicos al agricultor y al ganadero es ostensible. Y, las muestras son palpables cuando en los debates –personales, en redes sociales o medios de comunicación– se alude a parámetros como el IPC, el índice agrario, el PIB e, incluso, el SMI –si bien, éste sí que afecta a parte del sector porque no se puede pagar más de lo que el empresario recibe por lo que produce–.
La verdadera clave de todo es la ya archicomentada pérdida constante de poder adquisitivo del eslabón inferior de la cadena alimentaria. El vender por debajo de los costes de producción es inviable. Y, no es que sea algo nuevo, sino más bien todo lo contrario. Vemos año tras año campos llenos de naranjas, aceitunas, cereales, leguminosas, oleaginosas…que, no han recogido los agricultores porque es más caro el collar que el galgo. Incongruente en una macroeconomía como en la que España se encuentra inmersa, con todo un sector muy dirigido por Bruselas en la UE. Y, no son arrebatos de un día, no. La gente está literalmente harta. Calidad, exigencias, controles…¿para qué? Para ver cómo llega mercancía sin esas trabas para quienes las producen y, mientras los de aquí siguen cobrando sus productos a precios de los años 70-80 del siglo anterior. Ése es el premio que obtienen por cumplir escrupulosamente la normativa. En ese sentido, donde hay que fijarse es en menos índices macros y más valores a pie de calle. Dicho de otra manera, dejémonos de IPC o SMI y fijémonos en el precio que marcan las lonjas. Ahí está la realidad.
Tampoco quisiera entrar en discusiones que no llevan a ninguna parte, más bien empleadas para desviar la atención del verdadero caballo de batalla, y a las que nos quieren llevar últimamente desde algunas instancias, que la mayoría conocemos. Hablo de supuestas presiones de latifundistas para ahorrarse salarios, de intereses de ésta y otra organización agraria ahora que hay nuevo Gobierno… En fin, que sería otro debate y, desde mi punto de vista, menos trascendente en este momento.
Soluciones escépticas
Sí que llegados a este punto, me importa más saber si esta clase de dirigentes quiere o no centrarse en lo que de verdad ocurre. Que se fijen medidas gubernamentales para paliar estos atropellos; pues, pueden surtir parte de efecto. Sin embargo, ¿quién va a controlar a los poderosos grupos internacionales que dominan el mercado globalizado en el que nos encontramos? ¿O alguien entiende si no por qué se hunden a propósito toneladas ingentes de producto en alta mar para manejar precios al antojo de unos pocos?
Y, aquí ya hay que mirar para otro lado. Contra el poder económico es difícil luchar.
De ahí el escepticismo con que, por desgracia y desde mi humilde visión de la problemática actual del campo, encuentro sobre una solución de futuro, al menos, a corto plazo. Los intereses existentes en que los de abajo no obtengan un beneficio acorde a lo que otros sectores obtienen son demasiado fuertes como para que la tendencia negativa acabe.
Mención aparte merecen las ayudas, que simplemente se explican con lo que hoy mismo decía un agricultor andaluz: No son subvenciones, sino compensaciones, tal y como se implantaron cuando se instauró la PAC. Sin ellas e incluso, con el sistema actual, el sector está prácticamente abocado a la desaparición si el asunto de los precios no cambia radicalmente. Y, con ello, la España vaciada se multiplicará en pocos años. Es, sencillamente, insostenible.
Gustavo García Casado, redactor durante años en LA CRÓNICA, es periodista y agricultor