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19 octubre 2024
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Guía para desembarcar en Normandía en 2024 y salir victorioso

Una semana en la Bretaña y Normandía da para escribir, si no un libro, sí al menos un opúsculo, pero lo vamos a limitar a este reportaje ceñido, a su vez, a los lugares del Desembarco de Normandía, con sus más importantes referencias.

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Texto y fotos: Jesús Orea Sánchez


Bretaña, Normandía y el País del Loira son las tres regiones del noroeste de Francia, tres bellos países —mejor dos, porque el del Loira no deja de ser la Bretaña— que merece la pena conocer por esta parte de esa Europa de la que tanto se escribe en LA CRÓNICA, ya que en ellos se suman paisaje, historia, arte, gastronomía y cultura tradicional en parámetros de excelencia.

El verde es el color de la piel de aquellas bonitas tierras que recuerdan mucho a Galicia; de hecho, en el extremo más noroccidental de la Bretaña hay una región que se llama Finistère, como el Finisterre gallego, porque, en tiempos aún del terraplanismo entendible, no el de locos actual, se creía que allí acababa la tierra y comenzaba el mar que conducía al abismo.

Y no, detrás del mar estaba América, de donde, el 6 de junio de 1944, hace exactamente 80 años de ello, llegó en gran medida a las playas de Normandía el salvavidas para Europa cuando Hitler la estaba ahogando con su locura nazi y su potentísima maquinaria de guerra.

Si se quiere conocer Bretaña y Normandía en profundidad y con la calma necesaria, quince días es el tiempo mínimo adecuado para ello. Yo me tuve que conformar con siete, que dan para descubrir lo esencial, pero yendo un poco a matacaballo. Prometo volver, porque es mucho lo que vi y me gustó, pero sé que me dejé también mucho por ver y que, cuando lo vea, me va a gustar tanto o más que lo ya visto.

Contar mi viaje de una semana a la Bretaña y Normandía me daría para escribir, si no un libro, sí al menos un opúsculo, pero me voy a limitar a dejarlo en un artículo para estas “Ideas para viajar” que, con el buen tino acostumbrado, nos propone mi admirado y apreciado amigo Augusto González Pradillo, un periodista que piensa mucho y escribe bastante, algo que comparto con él, además de vocación y generación.

Mi viaje a la Bretaña y Normandía coincidió con los días en que se conmemoraba el 80 aniversario del Desembarco en las playas normandas que resultó decisivo para el transcurso de la II Guerra Mundial. Dada esta histórica efeméride, me centraré en contar mi experiencia viajera por los lugares de referencia de este importantísimo hecho bélico, que costó muchos miles de muertos y conllevó tanta destrucción, pero gracias al cual Europa pudo recuperar su camino de paz y libertad.

Exactamente 80 años y 14 días después del famoso “Día D”, llegué a Arromanches, una localidad costera que forma parte del departamento de Calvados, nombre que también toma un famoso aguardiente de sidra típico de la zona. Allí tuve mi primer contacto con las playas del Desembarco. Actualmente es una ciudad de veraneo que ofrece unas amplias y limpias playas atlánticas, pero en junio del 44 fue la “Gold beach”, una de las cinco playas normandas en las que desembarcaron los aliados junto con las denominadas “Omaha”, “Utah”, “Juno” y “Sword”, dentro de la operación que, en su conjunto, se denominó “Overlord” y dirigió el carismático general norteamericano Dwight D. Eisenhower.

En Arromanches desembarcaron tropas inglesas y tuvo una importancia capital en el conjunto de la acción táctica del Desembarco porque allí se construyeron dos estructuras de puerto artificiales, conocidas como “Mulberry” A y B, que permitieron desembarcar miles de hombres y de vehículos y toneladas de material, lo que contribuyó a que la operación terminara siendo un éxito.

Arromanches, que también lleva el gráfico y merecido apellido de “les bains” —los baños—, es hoy una ciudad turística y en ella se respira vacación en paz y sosiego, pero por todas partes hay recuerdos del día D: banderas, vehículos y armas de guerra musealizados al aire libre, esculturas, placas, coronas de flores, memoriales, nombres de calles y de plazas, tiendas de souvenir en los que abundan más los bélicos que los propios y recurrentes de la región, etc.

Allí se ofrece al visitante el Museo del Desembarco, en el que especialmente se puede ver cómo se construyó el puerto artificial Mulberry B —el A lo destruyó un temporal apenas unos días después de construirse— y el cine circular denominado “Arromanches 360º”, una experiencia envolvente y total para conocer la película del Desembarco.

De todo lo que recuerda al día D en Arromanches, o se deriva de él y de la guerra, me quedo con un bellísimo graffiti en el que dos niñas escriben con tiza en una pared: “Please, no more war. Peace”. “Por favor, no más guerras. Paz”.  Trabajemos por ello.

        

Entre “Gold” y “Omaha”, que sería mi segunda visita a las playas del Desembarco, la ruta nos ofreció la posibilidad, que, por supuesto no despreciamos, de conocer Bayeux, una histórica y bella ciudad que también forma parte del departamento de Calvados.

Allí, lo más destacado de ver es su famoso Tapiz medieval, de más de 68 metros de longitud por 50 centímetros de ancho, bordado con lana y en el que se refleja, como si de una larguísima tira de comic se tratara, la historia de la conquista de Inglaterra por los normandos, gracias a Guillermo I, Duque de Bretaña y considerado el primer rey inglés.

El tapiz está excelentemente conservado y muy bien expuesto, pudiéndose admirar con todo detalle y explicación, gracias a las audioguías que se ofrecen, incluida la versión en castellano.

La visita audio-guiada al tapiz, que dura alrededor de media hora, merece realmente la pena. Bayeux no solo propone al visitante su afamado tapiz, sino que también invita a visitar su casco antiguo y la catedral de Notre Dame, de finales del XI; el Museo Baron Gérard, con el arte y la artesanía locales más destacados; el Conservatorio del Encaje, con piezas de más de 300 años; el Jardín Botánico, con su “haya llorona”, y el Museo Memorial de la Batalla de Normandía. La Normandía está para siempre unida al Desembarco y son recurrentes los museos y centros de interpretación sobre él.

Catedral de Bayeux. (Foto: J. Orea)

Tras comer en Bayeux el famoso cochón de lomo, un plato típico normando que es un guiso de cerdo al horno con gelatina y sidra, a primera hora de la tarde nos dirigimos a “Omaha beach”, una de las dos playas, junto con la codificada como “Utah”, en las que desembarcaron los americanos el día D y en la que se produjeron las más encarnizadas y sangrientas luchas.

En las primeras horas del desembarco en Omaha, murieron el 50 por ciento de los soldados que intentaron tomar tierra, muchos de ellos en las propias barcazas y sin pisar si quiera la playa, y otros ahogados al ser destruidas sus embarcaciones. Allí murieron 3.000 americanos y 1.200 alemanes. Lo tuve muy en cuenta cuando pisé su arena y recé por ellos, por todos ellos, aunque unos dispararan con balas de libertad y los otros, de opresión. No todas las balas son iguales, aunque maldigo a quien las inventó.

La que fue Omaha en el día D es una amplísima playa que se extiende entre las poblaciones de Vierville-sur-Mer y Colleville-sur-Mer. Hoy en día es un lugar habitual de práctica del parapente, ala delta, kite-surf… por el propicio régimen de vientos que se dan allí. Algún mínimo resto de los búnkeres y las casamatas alemanas aún recuerdan el Desembarco, junto con el conjunto de la escultura denominada “Los Bravos”, dedicada a los miles de soldados que allí dejaron su sangre y su vida.

Hay algo que invita al ritual en esa playa, incluso para los no belicistas como yo, porque es imborrable el recuerdo de la sangría que allí tuvo lugar hace 80 años, pero que resultó absolutamente decisiva para que, dos meses después, los aliados tomaran París y, menos de un año más tarde, Hitler se suicidara en su búnker. Muerto el lobo, se acabó su rabia, pero en cada camada hay un potencial lobo rabioso.

Mi particular día d —lo pongo con minúscula para no confundir con el D verdadero— en las playas del Desembarco concluyó en el cementerio americano de Colleville-sur-Mer, en el que están enterrados 9.389 soldados estadounidenses que murieron en Normandía en los días del Desembarco y las semanas que le siguieron hasta que los aliados consolidaron la ocupación del terreno. Otros 10.000 cadáveres fueron repatriados a Estados Unidos tras ser desenterrados del cementerio provisional que se estableció en Saint Marie-sur-Eglise, a 47 kilómetros del de Colleville, el ya definitivo para los que no fueron repatriados.

Con el fin de que los soldados allí inhumados pudieran descansar en paz en tierra americana, el estado francés cedió en propiedad al de EEUU las 70 hectáreas que ocupa este camposanto en el que hay una cruz o una estrella de David con el nombre, el estado de origen y la fecha de fallecimiento de cada enterrado, así como un memorial con los nombres de los 1.557 desaparecidos en combate.

Los americanos saben honrar a sus soldados muertos y, como en casi todo lo que hacen, hay algo de espectacular en ello. El cementerio es un inmenso jardín donde crecen cruces y estrellas de mármol blanco en armonía con el sugerente entorno natural que da vistas al mar, a ese mar que trajo mucha muerte a las playas de Normandía hace 80 años, el daño colateral que hubo que pagar como precio por la libertad y, aunque parezca un contrasentido, por la propia paz.

Como escriben con sus tizas las niñas del graffiti de Arromanches: “Por favor, no más guerras. Paz”.

Pieza artillera en Arromanches. (Foto: J. Orea)

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