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21 noviembre 2024
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EL PASEANTE / Guadalajara con otros ojos

La Guadalajara de ayer es, como poco, un anteayer irrecuperable. Aunque nos empeñemos en verla como fue y no como es o, sobre todo, como puede llegar a ser.

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Donde los propios sólo ven defectos, problemas y motivos para el lamento, otros vienen de fuera para, mirando desde los mismos lugares, sacar belleza de las calles de Guadalajara.

Es un rito que se repite anualmente y que este 10 de septiembre llena las calles del centro de la ciudad de artistas que, con meditada celeridad, eligen un rincón para intentar llevarse a casa alguno de los premios del concurso de pintura rápida.

Así, un vecino cualquiera que observe el caballete de la foto reparará, antes que nada, en las ruinas tardorromanas de «El Maragato», que siguen allí como si nos acompañaran desde hace siglos. Hará recuento de los ausentes: el «Dublín», que cerró para nunca más volver, como también le pasó, justo a la derecha de la imagen, a la oficina de Caja Guadalajara o, un poco más abajo, a la de Cajamadrid. Por no hablar de «Martínez», «Madrigal», la trasladada tienda de fotografía de Mariano Viejo, la zapatería «Marelvi», la otra pescadería o la indescriptible cerería en un rincón de los soportales. Tampoco están «Gelián» (un recuerdo estremecido para Antonio Gilaberte, recién fallecido), ni «Calzados Barcelona» ni «Olalla», pero sí «La Villa de Madrid» y «Confecciones Ortiz», que resisten incombustibles por encima de tantos otros que también fueron cayendo en pocos metros a la redonda.

La Guadalajara de ayer es, como poco, un anteayer irrecuperable.

El pintor, en cambio, ha visto el cedro del Líbano, imponente, que resistió por encima de todas las previsiones cuando se horadó la plaza para un parking enrevesado y un tanto absurdo. Justo detrás, hasta casi media mañana, el sol obra todos los días el milagro de encender, como si fuera el decorado de una obra de teatro cotidiana, las fachadas de Miguel Fluiters… esas mismas que, a sus pies tienen una alfombra elástica y verde que se ennegrece al paso de las coches. Usted, si es de por aquí, supongo que me entiende.

Y siendo de aquí o de allá, lo que cualquiera también puede entender es que todo depende de cómo se miren las cosas.

Guadalajara, que por costumbre sólo produce un escéptico enarcar de las cejas a quien la contempla mientras la vive, también puede encerrar sus pequeños tesoros. Esos, que por serlo, nos esperan ocultos, para que los descubramos.

Pasan los años y los concursos de pintura rápida y algunos, sólo algunos, los van encontrando.


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