Estar el 15 de febrero de 2024 a las seis de la tarde en el 57 del Cours de l’Intendance de Burdeos nos habría permitido seguir la conferencia de María Santos-Sainz sobre Goya en el Instituto Cervantes de la capital bordelesa. Una casa, por cierto, en la que vivió el genio desde 1827 y hasta su muerte el 16 de abril de 1828.
Ni al autor de estas líneas ni al común de los lectores le habrán permitido los dioses acudir a esa cita con la historia y con esta hermosa ciudad, así que lo mejor será recapacitar e intentar aprovechar desde ahora y durante los próximos cuatro años el bicentenario de la estancia de Goya en Burdeos. Por aquí anduvo desde 1824.
Si nos permitimos una broma macabra, nada puede sorprendernos en la ciudad por la que Francisco de Goya y Lucientes perdió la cabeza. Más que nada porque eso es rigurosamente cierto: cuando España quiso recuperar los restos del artista del cementerio de La Chartreuse, los huesos estaban pero faltaba el cráneo, que nunca ha aparecido.
Anécdotas aparte, a Goya le regaló el destino unos años finales en Burdeos en los que, muy probablemente, fue feliz. Basta observar en el Museo del Prado «La lechera de Burdeos», pintado allí y entonces, para llegar a esa conclusión. Nada queda del dolor de las pinturas negras de La Quinta del Sordo, ni de los Horrores de la Guerra de sus más conocidos grabados. Apuraba la miel, y no la hiel, de la copa de su existencia un liberal que estuvo a sueldo de la casa de Borbón. Monarcas de origen francés también, por cierto.
En la calle Huguerie, a pocos metros de un delicioso hotel que ha recuperado con mimo una casa decimonónica, se encontraba una chocolatería, conciliábulo de españoles, que Goya frecuentaba. Desde allí emerge, como flotando, la estatua de la libertad erigida en Quinconces.
Se las apañó el aragonés, decíamos, para llegar a Burdeos, a los 78 años cumplidos y con una pensión real. Aquí se encontró con una colonia española más que notable, de gentes que guardaban distancia con el país y con la monarquía de Fernando VII. La añoranza de su tierra no sólo la cubrió Goya charlando con los paisanos sino también con una apasionada recreación de sus recuerdos de la tauromaquia en forma de litografías.
Ese Goya octogenario pero intensamente vital aún respira en Burdeos. Basta ir hasta Place du Chapelet para comprobarlo. Ahí está, tempestuoso como siempre lo imaginamos, en una escultura de Benlliure. Se trata de una copia regalada por el Ayuntamiento de Madrid, cuando Tierno Galván era alcalde, y dispuesta ante la fachada de la iglesia de Notre Dame, donde la Cour Mably (espacio interesante, con exposiciones temporales). Y sí, la fachada de este majestuoso templo recuerda al jesuítico Gesú de Roma, porque fue su inspiración.
Esta iglesia era la más frecuentada por la colonia española de entonces y fue allí donde se ofició el funeral por el genial aragonés. Había sido desacralizada años antes, durante la Revolución Francesa, y convertida en «Templo de la Razón». Esa cuyo sueño produce monstruos…
Cómo llegar a Burdeos
Para llegar pronto y bien, lo mejor es recurrir a Air Nostrum, que mantiene vuelos regulares entre Barajas y el aeropuerto internacional de Burdeos-Mérignac. A bordo de un Bombardier, inusitadamente silencioso, el trayecto se cubre en menos de hora y media con toda comodidad. Es lo más parecido a un vuelo en jet privado, a precios de escándalo.
Desde el norte de España es fácil y cómodo plantarse en Burdeos por carretera. Paciencia, eso sí, con el tráfico de entrada y salida, que no siempre está despejado. El conductor español se sorprenderá de que las velocidades marcadas en las señales se cumplen. Es preferible seguir el ejemplo, claro está.
Cómo moverse por Burdeos
Armado con dos piernas y con los ojos bien abiertos es el mejor modo de dejarse ir por las calles de esta ciudad, como por las de cualquier otra que se precie.
Cuando la distancia es más larga y hay que cambiar de barrio, hay variedad de medios de transporte, destacando por encima de todos el tranvía, por su comodidad en todos los sentidos. Realmente se mueve como la seda y sin agobios en el interior, a pesar de que los bordeleses lo utilizan en buen número. El billete se valida al acceder, al lado de la puerta.
Más pintoresco puede ser conocer Burdeos con los medios alternativos (hay trenecitos, bus turístico, tuktuk eléctrico e incluso un 2CV que es mejor descubrir, sin describirlo previamente).