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17 noviembre 2024
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Frente a la intolerancia, siempre nos quedará París (por ahora)

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Como hay guadalajareños que antes que dedicar la vida a contarse las pelusas del ombligo levantan la vista y miran más allá, todavía hay esperanza. ¿De qué? Da igual. Lo importante es agarrarte a cualquier excusa contra el desaliento.

Así las cosas, reconforta que un paisano te comente su último sucedido, en París. Allí, según te cotillea, coincidió este fin de semana en el mismo hotel de Saint Germain (un tres estrellas, no salivemos antes de tiempo) con un famoso que fue ministro y los siete amigos que lo acompañaban. De turisteo todos, los del grupo y el confidente, a dos pasos de La Sorbona.

Bien está viajar, bien hacerlo en compañía, bien encaminarse a París, bien resistir a las molestias de los chalecos amarillos, bien sorprenderse del sol en febrero a las orillas del Sena. Y desde aquí también podemos confiarnos a que la Humanidad no se deshumanice más de lo que ya está, tanto en Francia como en España.

En los vientos electorales que asolan esta parte de la Península respiramos todos toneladas de bacilos de la intolerancia, enfermedad contagiosa y recidivante como pocas. Cada cuerpo lo aguanta como puede, aunque unos menos que otros.

En Francia, que también en esto son adelantados y diferentes a nosotros, ya van por otra fase: la intolerancia es allí especialmente aguda en la banlieue, el extrarradio donde residen los inmigrantes (incluso de tercera generación) que en número creciente no se consideran franceses y desprecian a los que sí lo son. Junto a ellos, no faltan los imbéciles que desde la izquierda más trastornada insultan a los judíos a coro con la ultraderecha. Y en medio, gente como Alain Finkielkraut, acostumbrado a filosofar con una libertad y un respeto por la inteligencia como ya no se acostumbra. Aquí menos que allí.

Finkielkraut nació en Francia, hijo de inmigrantes polacos. Desde hace décadas es una referencia dentro de la intelectualidad francesa. Ahora, en la calle, este mismo fin de semana, no han faltado los que le han exigido que se marche, por judío y por ajeno. A él, que es más francés que el croissant (vienés en su origen, por cierto).

El berrear de los muchos becerros emboscados entre los "gilets bleus" ha sido replicado de forma inmediata y unánime desde Marie Le Pen a Mélenchon, pasando por Macron. ¿Para cuándo esas coincidencias aquí frente a las intolerancias que a todos nos amenazan? Ya se lo digo yo: nunca. Nos va mejor aliviarnos pensando que la culpa es siempre de otro. Del otro.

Frente a la guerra de bandos que tantos practican, la mejor arma es la de una frente despejada: la elección no está entre la boina calada o la boina a rosca, sino entre ser por sí o resignarnos a serlo sólo con el permiso de otros. En hacerlo tú y en permitir tú que los demás lo hagan. Sin nada que te oprima el pensamiento, venteando lo que es el mundo y qué podemos aprender viendo y mirando… hasta ser libres, ¡carajo! 

A mí me da que algo de eso debió sentir nuestro exministro, también nuestro paisano e incluso el filósofo francés en estos días de sol, terrazas y bulevares en la ciudad que más ha luchado por la libertad, contra la intolerancia. Se llama París y no es sólo de Francia.