Dicen que no valoras realmente algo hasta que lo pierdes, quizá por eso celebramos este Día Mundial del Agua desde 1992 sin darle mayor importancia. ¡Abrimos el grifo y sale agua! No seríamos capaces de concebir una realidad distinta, mientras en muchas partes del mundo eso es ciencia ficción. Y, realmente, tampoco tenemos que irnos muy lejos: cada verano, muchos pueblos necesitan ser abastecidos con camiones cisterna porque no tienen agua corriente, aquí mismo, en mi comarca, a orillas de los esquilmados embalses de Entrepeñas y Buendía. Sí, esquilmados por el Trasvase Tajo-Segura un mes tras otro, desde hace ya más de 40 años.
El agua es vida, todos los tenemos claro. Cuando planteamos la posibilidad de encontrar vida de cualquier tipo en otros planetas, es lo primero que buscamos. Desde los albores de la humanidad hemos crecido en torno al agua y nos las hemos ingeniado para controlarla y dominarla, aunque no siempre con éxito. Egipto se construyó sobre el Nilo, Mesopotamia floreció con la irrigación y Roma maravilló con sus grandes acueductos.
El agua, nos recuerda la ONU, es fundamental para combatir muchas enfermedades, entre ellas la COVID-19. Por desgracia, “casi tres mil millones de personas en el mundo no tienen cómo lavarse las manos contra el coronavirus, sólo tres de cada cinco personas en todo el mundo tienen instalaciones básicas para lavarse las manos, según los últimos datos del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia; 2.200 millones de personas viven sin acceso al agua potable”.
El agua es vida, sin embargo, nos empeñamos en maltratar a nuestros ríos y renegamos de nuestros bosques, principales fabricantes de lluvia. Sólo un 3,5 por ciento del agua de la Tierra es dulce, de los cuales el setenta por ciento está congelada en glaciares y casquetes polares. El treinta por ciento restante se encuentra en el subsuelo y únicamente el uno por ciento del agua dulce discurre por la superficie.
El sector agrario consume el ochenta por ciento del agua, la industria un seis por ciento y el abastecimiento humano el catorce por ciento restante. El porcentaje de agua dulce potable del que disponemos es ínfimo y en España lo sobrexplotamos para producir alimentos que exportamos para generar dinero. Convertimos el patrimonio de muchos, el agua, en dinero para tan solo unos pocos.
El 96,5 por ciento del agua del planeta se encuentra en mares y océanos. En cambio, nuestras desalinizadoras están paradas, por una decisión política torpe y sin precedentes, por el hecho, simple y egoísta, de ser menos rentables para esa industria privada.
Una industria que, a pesar de su intento de camuflarse, no debemos confundir con la agricultura tradicional; esa agricultura de proximidad, sostenible, que no busca empobrecer al trabajador en beneficio de la gran empresa.
Esa industria que rotura sin piedad hectáreas y hectáreas de terreno, convirtiendo nuestro otrora verde país, en un desierto. El bosque llama a la lluvia, no al revés, pero cuando la mano del hombre interviene, el ciclo se destruye. Cada vez llueve menos y cada vez tenemos menos bosque; a cambio, en otros países comen broccoli y lechuga todo el año, a buen precio.
No podemos seguir perdiendo tiempo, no podemos mirar a otro lado. Es el momento de recuperar nuestros bosques, de cuidar nuestros ríos y de recuperar nuestros acuíferos. El agua no es inagotable, es un bien escaso del que tenemos la gran suerte de haber disfrutado hasta el momento, sin restricciones. Pero, si no actuamos, el futuro que nos espera es una distopía.
Desde Castilla-La Mancha se trabaja permanentemente poniendo en valor nuestro patrimonio natural y defendiendo nuestra agua; pero necesitamos de un Ministerio de Transición Ecológica que apueste decisivamente por efectuar esa transición justa y cambiar de modelo hacia un futuro sostenible. El Tajo, el Júcar, el Segura, el Guadiana, todos nuestros ríos, necesitan una gestión diferente, que apueste por proteger su ecosistema.
El agua es vida, pero no la nuestra: es la vida de nuestros hijos, de nuestros nietos. Nosotros sólo estamos aquí para ser su recuerdo y cuidar lo que por derecho les pertenece.