Daba nombre desde hace años a la principal sala de exposiciones del centro «San José». Recibió esos agasajos en los tiempos de María Antonia Pérez León como presidenta de la institución provincial. Pero detrás del nombre estaba el hombre. El coleccionista Antonio Pérez ha fallecido este 24 de diciembre de 2024, a los 90 años de edad.
Nacido en 1934 en Sigüenza, siendo el menor de 12 hermanos, tras su paso por Madrid enraizó en Cuenca, ciudad con la que tuvo sus primeros contactos en la década de los cincuenta. Allí conoció a Manolo Millares y Antonio Saura, poco antes de instalarse en París.
En los comienzos de la década de los sesenta fundó la editorial Ruedo Ibérico, junto con José Martínez, todo referente de la época por su espíritu crítico e innovador, un auténtico faro para el antifranquismo con alcance europeo y referencia para los disidentes que los intentaban desde el interior de España.
Era miembro «del partido». O sea, militante del Partido Comunista de España.
Según confesión de parte, fue él quien le susurró a Juan Marsé cómo debería llamarse «El Pijoaparte», el persona central de la más importante novela del catalán, quien trazó una semblanza memorable del seguntino, que reproducimos:
He aquí un rostro notable por su exceso, por su generosidad expresiva y la contundencia apacible de sus rasgos. El mentón recto apunta lejos: diríase que esta cara cultiva una risueña vocación de mascarón de proa, un empuje epicúreo que gusta de afrontar vientos y husmear lejanías. París bajo la lluvia, hace años, todo es borroso y gris a lo largo del Boulevard Saint Germain, menos Antonio que avanza entre la gente con su intrépida zancada, la bufanda roja flotando al viento y los bolsillos de la gabardina rebosantes de libros; el rostro va muy por delante del cuerpo y sugiere una relación visceral con la lluvia y el viento y con los mitos personales, con la impaciencia de vivir o con eso que solemos llamar el ideal de futuro y de belleza (o tal vez simplemente con algo que le espera a la vuelta de la esquina, el encuentro fortuito con algo cuya singularidad él sabrá apreciar y preservar del deterioro o el olvido, ya sea un grabado, un cartel, un libro, postal, pegatina, libreta, calendario, juguete o cosa).
Coleccionista de amigos y cosas singulares, llamado también el Anda-ríos por haberse pateado largas tiras de la piel de España siguiendo el curso de los ríos con la mochila a la espalda, cuando le conocí en París en el año 1961, ahora no recuerdo cómo ni dónde, seguramente en la calle (siempre me lo encontraba casualmente en alguna calle del barrio latino), o sería tal vez en la Librería Española de la rue de Seine, o en la de Robles de la rue Monsieur Le Prince, acaso en la terraza del Mabillon o en el self-service del Foyer des Etudiants, o en un cuartucho entrañable de la rue des Canettes (María y Aleix y Enric, de Gerona, dos botellas de Beaujolais y un Camembert y la sonrisa de Arlette). En cualquier caso, cuando le conocí trabajaba en Ediciones Ruedo Ibérico de Pepe Martínez, aún le veo corrigiendo pruebas o empaquetando ejemplares de El laberinto español, y más adelante se empleó a fondo y al fondo (subterráneo) de la librería La joie de lire, de Maspero. Siempre en París como en Cuenca, y lo mismo si está de paso en Madrid o en Barcelona, ha sabido preservar la soledad y su adición a callejear y a meter la nariz y el alma en exposiciones de pintura, encantes, museos, tascas y librerías.
Desprovisto de afectación, sus maneras son las de un tipo pistonudo, llano y precavido, abruptamente cortés, con cierta tendencia verbal al atolondramiento (su mente es más rápida que su lengua, -¡que ya es decir!-,sus emociones más complejas que los a menudo divertidos artefactos verbales que utiliza para expresarlas) y un entusiasmo por algunas formas de felicidad -una lectura, un dibujo, un volumen, un color- altamente contagioso.
A pesar de la grávida cabeza, o acaso precisamente por eso, tiene toda su persona, sobre todo en invierno, algo indefinible de duende de los bosques, y bien podría llevar un saco de sorpresas a la espalda y aromas de pino en sus pantalones de pana: en su voz persiste el musgo ambiguo de la infancia y cultiva la capacidad de encantamiento y una antigua disposición a la maravilla -la palabra maravilla es una de sus favoritas-, el talante zumbón y presto el desdén ante la falacia.
Distingo ahora entre la niebla invernal que sube del Sena y emborrona las farolas del Pont-Neuf, mientras cruzamos los dos el río y la noche hacia Rivoli y Les Halles, sus ojos de constipado crónico, su amplia sonrisa un tanto popeyesca y su zancada irreductible. Una noche como ésta, acompañándome a mi hotelucho de la rue Pont-Neuf, su intuición fulgurante me sopló al oído el apodo de un personaje de novela, El Pijoaparte. Amigo y cómplice de pintores, de Saura, de Bonifacio, de Gordillo, de Millares, le veo ahora en Cuenca cultivando el vasto jardín privado de la memoria y de la amistad, y esa fronda del arte concebido con amplitud de miras -pero con gusto selectivo: no busquéis en las paredes de su casa un Cuixart, por ejemplo, ni en los estantes de libros un Porcel. En una cabeza sólida, bien asentada sobre los hombros, el centro de gravedad de los rasgos faciales está, más que en la mirada, en la mente. Porque conozco algunos sueños de Antonio, porque he compartido con él unos cuantos -culturales, éticos, artísticos, gastronómicos y hasta alcohólicos- sé de donde proviene este equilibrio roqueño y alado a la vez, esta armonía personal entre la raíz y la fronda.
En 1975, unos meses antes de la muerte del Caudillo, volvió a España y llegó a Cuenca, para quedarse.
Los «objetos encontrados»
Desde su centro de operaciones en la calle San Pedro creó su universo de objetos encontrados que terminarían contando forma de museo en la Fundación Antonio Pérez, que más adelante contaría con sedes en San Clemente, Huete y en su Siguenza natal.
Personaje querido en la ciudad, sobre todo en su barrio, el Casco Antiguo.
Recibió títulos como el de Hijo Adoptivo de Cuenca e Hijo Predilecto de Castilla-La Mancha, entre otras muchas distinciones.
El de Page y otros mensajes de pésame
El presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, ha lamentado el fallecimiento de Antonio Pérez, subrayando que era un «hijo predilecto de Castilla-La Mancha».
«Su obra, sus Objetos Encontrados y su Fundación ayudaron a situar a Cuenca en el mapa de la vanguardia artística. Le echaremos de menos y cuidaremos su legado», ha señalado el mandatario autonómico a través de su cuenta oficial en la red social X (anteriormente Twitter).
Por su parte, el presidente de la Diputación, Álvaro Martínez Chana, ha destacado que con Antonio Pérez la provincia pierde uno de los más destacados artistas y una persona que con su trabajo inagotable ha hecho florecer el arte y la cultura a través de la fundación que lleva su nombre en toda la provincia con sedes en la capital, Huete, San Clemente y su Sigüenza natal, según ha trasladado la Institución provincial mediante nota de prensa.