Los universitarios de Mayo del 68 insistían en que debajo de los adoquines estaba la playa y por eso, revolucionarios poéticos y un tanto pijos como eran, apilaban las piedras en las barricadas , entre chanson y chanson, como una versión actualizada de la Comuna de París. Eso fue hace más de medio siglo, lejos de aquí.
En esta ciudad nuestra, a los vecinos les tienen cogida la medida los que mandan y los que trabajan para los que mandan junto con los que se aprovechan de los fondos públicos a instancia de los que mandan y de los trabajan para los que mandan. O sea, un inmensa minoría que se aprovecha de esa silente mayoría de contribuyentes que nunca protestamos más allá de la barra de un bar o en la sobremesa de un restaurante sitiado por las obras.
A la vista de cómo evolucionan los agujeros del elástico suelo de Santa Clara, y en otros puntos de Miguel Fluiters, hay que llegar a la conclusión de que la paciencia de los guadalajareños es también elástica, hasta el infinito y más allá. Y este de aquí es su símbolo y su paradigma, más de un año después de que el absurdo pintado de verde empezara a habitar entre nosotros.
Hace ahora un siglo, Castelao publicaba uno de sus sentenciosos dibujos, en el que dos labregos charlaban y uno le decía al otro una frase rotunda, que ha pasado a los anales de la sociología no sólo gallega, sino española:
-¿E logo?
-Xa ves, mexan por mín e teño que decir que chove
Que traducido al castellano sería…
- ¿Y entonces, qué?
- Pues ya ves, que me mean y tengo que decir que llueve.
Mucha ha llovido, y meado, desde 1924 en Galicia y también por esta parte de Castilla. Y lo que seguirá cayendo, a la vista del buen conformar de la parroquia.
Lo del desastre de Miguel Fluiters está cobrando la forma de un agujero negro, que absorbe sin remisión nuestra paciencia y toda la capacidad que aún guardábamos para el asombro. Como lo de tener la ciudad entera patas arriba, como dignos sucesores los del PP y Vox de aquellos otros, del PSOE y Ciudadanos, que habían entrado en un espasmódico frenesí de proyectos del cual estos, los de hoy y ahora, no han querido evadirse.
Al ritmo que va la burra municipal, los ciudadanos vamos a tener ocasión todavía para asomarnos a las profundidades del agujero de Santa Clara, como el que otea el más allá del Universo una vez cruzado el horizonte de sucesos.
Lástima que nuestro viaje sea inmóvil, sin poder alejarnos de la rutina de despropósitos de esta Guadalajara que crece al ritmo de la inmigración y la desesperanza.
Esto solo puede ir a peor. Como que nos pille un coche, por embobarnos en nuestras miserias en mitad de la calle.
Si se acercan a mirar, tengan cuidado.