La localidad de Valdepeñas de la Sierra, casi ya en el límite con la Comunidad de Madrid, recupera este domingo la Botarga de San Sebastián, festividad que en el calendario católico se celebra el lunes.
Han pasado muchos años desde su última aparición, que se produjo en 1936. Ha sido el trabajo de Ana Álvarez Horcajo y de algunos vecinos el que va a obrar el milagro de este nuevo renacimiento, una tendencia creciente de la que se hacía eco El Paseante LA CRÓNICA en un artículo a propósito de Fernando Arrabal. 89 años después se recupera esta muestra del folklore de Guadalajara, que cayó en el olvido tras la contienda civil y que suma una figura más al extenso listado de botargas que se hacen notar, en estos meses, en toda la comarca.
Será, por tanto, este domingo 19, a las 11 de la mañana y desde la antigua ermita, cuando la botarga vuelva a pisar las calles de Valdepeñas. Un joven vecino será el encargado de darle vida, acompañado de los Gaiteros de Villaflores. Tras recorrer los principales viales del casco urbano se hará el baile vermú y el aperitivo en el Ayuntamiento.
El trabajo recopilatorio de la información se ha desarrollado gracias a los escritos del que fuera folclorista provincial Sinforiano García Sanz, junto con los apuntes personales de la vecina Milagros de la Fuente y los recuerdos de las nonagenarias de la villa.
Antaño, la botarga salía la víspera y el día de San Sebastián. El epicentro de la cita era la antigua ermita homónima, hoy en día unos restos consolidados.
La fiesta estaba organizada por la cofradía del mismo nombre, desaparecida en la actualidad.
La botarga de Valdepeñas de la Sierra era una figura que se dedicaba a pedir limosna y que portaba un tambor con el que no dejaba de molestar al vecindario. Vestía un traje de paño, de rombos, de llamativos colores, gorro en pico con una borla e iba a cara descubierta. Una cola, evocando al demonio, y un cencerro completaban la indumentaria.
A esta estampa se sumaban otros personajes en la fiesta, como el presentador y el oso, los vecinos que hacían el juego del alhiguí o el gaitero local, que animaba la cita. También la ronda, también desaparecida, completaba la jornada.
Como sentenciaba en su artículo El Paseante, «entre botargas llevamos por esta parte de Castilla quizá varios miles de años y ahora están también (re)descubriéndose en muchos pueblos, espantando con las risas que nos provocan el miedo que nos ronda cuando nos paramos a pensarlo con más detenimiento. Y no, no hablamos sólo de folklore».