Estamos a pocos días de que llegue el Mes de la Virgen. ¿Seguirán montando en los colegios religiosos aquellos altarcitos en un honor de la Madre de Dios?
El quinto mes del año, según los contamos los occidentales (por cristianos) era antaño el mes de las flores y dejará de ser, si de una santa vez se cumple alguna promesa municipal, el mes de las mierdas en flor… que son las que todos los perros y sus dueños, por acción y por omisión, dejan sobre las aceras de la ciudad. En mayo y otros once meses más, cada año, desde tiempo inmemorial.
El animoso concejal que es Jaime Sanz prevenía hace apenas unas horas, como ha recogido oportunamente LA CRÓNICA, sobre las cuantiosas multas que se ciernen sobre los guarros infractores. Con 3.000 euros se pagará una boñiga canina y, aunque no cubre el sueldo de un concejal, es cantidad respetable incluso para los que nada respetan.
Mucho milagro de omnisciencia y omnipresencia necesitarán nuestros munícipes para hacer cumplir la nueva norma del consistorio, dado que los excrementos no se suelen depositar en la vía publica previa llamada al 092 ni en presencia de agente uniformado.
Verbigracia, el moñigo que ilustra estas líneas ha sido fotografiado a una veintena de metros de la Redacción de este periódico, como si hubieran querido facilitarnos el trabajo. Y aunque no estaba fresco, aún era reciente. Pudiera ser de perro, aunque quizá fuera de humano. ¿Con qué cuantía se sancionará al vecino que deposite lo que humanamente le sobra sobre el caro granito con que han alicatado Guadalajara? ¿Van a pagar más los perros que los bípedos? ¿Los que mean por los portales en noche de borrachera también tendrán que llevar la botella de vinagre en el bolsillo para asperjar los orines, como se obligará a hacer con los canes, aunque estos lo hagan impunemente a la luz del día?
Son preguntas que le asaltan a este paseante tras haber esquivado con éxito la mierda de la calle, pues en caso contrario uno todavía estaría ocupado, en dedicación exclusiva, a la complicada tarea de dejar limpia la suela del zapato.
¿Qué fue de aquel proyecto de seguir la pista a las caquitas por el ADN de los perros? ¿Qué se hace con las palomas (o mejor dicho, qué no se hace) para que cada vez sean más y caguen sin freno sobre dueños y haciendas? ¿Los mirlos que ennegrecen bancos y coches son un bien natural digno de preservación en su actual sobreabundancia?
Observará el lector que las preguntas son muchas. Pues bien: siempre serán menos que las mierdas de perro que nos esperan en la calle de esta capital, dispuestas a pegarse a la bota o al zapato.
Si no sabemos tener limpia la ciudad, como para esperar que los problemas más graves algún día alguien los resuelva.
Ni con paciencia lo veremos. Entre orines y mierdas emboscadas.