La muy leída sección de viajes de LA CRÓNICA debería estar incluida en el vademecum de la Seguridad Social, pues no hay mejor bálsamo contra la burricie que pasearse por el mundo y tratar de entenderlo.
En esas páginas electrónicas, Goya ha tenido asiento de manera reiterada e incluso reciente. Primero, al recorrer Burdeos para los lectores y, hace poco, para resaltar lo mucho que podemos celebrar los españoles en aquella bellísima ciudad francesa a cuenta del genial aragonés. Todo ello, con la verdad por delante.
Al de Fuendetodos, de genio bronco e irrefrenable, uno se malicia que lo que más le alteraba era la falsedad. O, al menos, tanto como la falta de pecunio, que ese siempre se lo procuró lo mejor que pudo, incluso el que venía de Fernando VII, el denostado.
Asomados a Goya podemos comprender España y a bastantes españoles. También las mentiras de las que nos nutrimos cada día, con o sin consentimiento propio.
Así las cosas, la próxima vez que vaya al Museo del Prado no se extasíe hasta el desmayo ante el «Duelo a garrotazos» pensando que ahí se está reflejando nuestra esencia nacional, esa que nos persigue como una maldición. Es falso que en la escena estén representadas las dos españas, hundidas las piernas hasta las rodillas para evitar la tentación de la huída, sacudiéndose y ciscándose en la madre del prójimo hasta matarle. Aunque no se suela decir, a ambos los pintó Goya con piernas, con capacidad para moverse y también para escapar de su suerte, llegado el caso. Cuando este fresco fue arrancado de la Quinta del Sordo, toda la parte inferior se perdió y fue luego recreada, ya sobre lienzo, de esta imaginativa manera.
Más poético es el caso del «Perro semihundido», que tantos análisis e incluso libros ha generado. La composición, la mirada del can, el fondo y la nada que preside la escena nos han desasosegado a todos, viendo en Goya un existencialista avant la lettre, sin Simone de Beauvoir pero con Duquesa de Alba, que eso sí que es salir ganando, por lozana y jacarandosa. La verdad es que, como se intuye en alguna fotografía Laurent previa a la demolición de la casa del pintor, lo que mira el perro pueden ser dos pajarillos, que revolotean en lo alto. De este modo, un manifiesto nihilista se convierte en un inocente juego salido del pincel de un viejo, cascarrabias impenitente pero aún capaz de sentir, y provocar, ternura.
A Goya le han utilizado, para sus mentiras, incluso los que se han ganado la vida a su costa, siglos después. Por ejemplo, esa sacerdotisa del templo de la Gran Verdad, tan trufado de mentiras, que se llama Manuela Mena y a la cual no le gustan los toros. Como es acreditada experta en el pintor, hace años dedicó esfuerzos y cartelas en una exposición montada en la pinacoteca con grabados del artista para sostener lo insostenible: que a Goya le disgustaban las corridas de toros y que lo que ahí veíamos no eran propagandísticos alardes de toreros ante unos imponentes astados sino crítica y más crítica, ilustrada en más de un sentido, contra la tauromaquia. La correspondencia entre el pintor y uno de sus amigos en el Madrid cortesano y popular que tanto disfrutó (ese mismo amigo con el que algunos le atribuyen relaciones homosexuales) desbaratan la tesis de la militancia antitaurina, por el entusiasmo mostrado ante la expectativa de acudir a uno de esos espectáculos, tan queridos por él, tan cuestionados por la historiadora del arte.
Goya sigue ahí, aunque sin cabeza. ¿Dónde estará? Se perdió en el traslado de los restos desde Burdeos a España.
La cabeza de tantos otros también está perdida. Sin posibilidad de enmienda ni de restitución, porque nunca la tuvieron. Ni siquiera para acabar en punta.
Usted, como lector de este diario, cuenta con la presunción de inteligencia, sobre todo si la comparamos con la indigencia intelectual que arrasa las redes sociales, tan irrespirables.
La verdad absoluta no existe, pero es bueno intentar acercarse siempre a la mejor versión de lo que se esconde bajo la aparente realidad. Es en lo que a este paseante le consta que andan siempre liados en LA CRÓNICA.
No les decepcione, aunque ya lleven 25 años en el empeño y vayan aceptando que esta ciudad y este país son inmunes a la razón, más en unos barrios que en otros.
Hay tantos tontos que siempre serán demasiados. Ante esas legiones de indocumentados furibundos sólo habría que desear que no estorben, pero siempre lo hacen, incluso a gritos. Cuánto ruido…
Si aún está a tiempo, piense siempre por sí mismo, mirando alrededor, aprendiendo a cada paso para formarse criterio. Y en lo que este periódico le pueda ayudar, úselo. Yo lo hago.
Ahora, este su seguro servidor se va a la calle, a seguir paseando, para seguir escribiendo.