En los anaqueles del Archivo Municipal de Guadalajara se conserva una colección de LA CRÓNICA. Son tomos de tapa dura y hojas amarillas. Cuando se abren, se deshacen. Por más empeño que se ponga, el paso del tiempo ha convertido al precursor en papel de este diario digital en una parábola de lo efímero. De aquello hablamos más de una vez, y con pesar, Javier y yo. Quién me iba a decir que ese pensamiento me iba a asaltar este jueves, acabando la mañana, empezando una tarde negra, cuando llegó la confirmación de que aquel hombre que tanto sabía del tiempo y sus miserias había muerto.
Javier era esencialmente amable, esencialmente cordial, esencialmente riguroso, esencialmente bueno. Hablaba con la relajada expresión de quien ha visto mucho y ha leído todo, un eterno joven que ahora se nos ha ido aunque todavía no lo creamos.
A Javier, el archivero tranquilo, era imposible sacarle una mala palabra acerca de nadie por más que el periodista lo intentase, incluso si estábamos ambos fuera de servicio de nuestras cosas y agazapados bajo alguna sombra de la Plaza Mayor. Hablaba sin prisa y ni siquiera sus ironías eran hirientes, envueltas en inteligencia. A Barbadillo había que sonsacarle las tristezas, taponadas muy adentro por un pudor que su educación había convertido en una seña de identidad.
El funcionario Javier Barbadillo llegó a creer poder tocar con los dedos un Archivo como Dios y la Biblioteconomía mandan, que le prometieron en la antigua Cárcel de Mujeres. La urgencia era salir de las salas decrépitas que se encontró, al borde del naufragio, las mismas en las que José Pradillo tanto se esforzó por ordenar y mantener la historia de la ciudad hecha legajos, hace ya medio siglo.
Al final, pudo rescatar Javier y ajustar a los criterios actuales los fondos municipales, ordenados y accesibles en el sótano de las Casas Consistoriales, más abajo de donde ahora africanos, americanos y europeos del Oriente se esfuerzan cada día en hacerse entender para empadronarse en el Registro. En los últimos años, cercana ya su jubilación, llegó el CMI y esas nuevas dependencias que este tercer día de octubre han contenido sus últimos alientos.
Soñó un día el ciego Borges con un libro de arena, sin principio ni fin a cambio de estar condenado a deshacerse entre los dedos de la mano. Igual que las páginas de LA CRÓNICA del siglo XIX. Igual que todos nosotros o de lo que aún queda de nosotros, mientras nos deshacemos en heridas y jirones camino de algún sitio.
Hoy eres presencia y recuerdo al mismo tiempo, Javier, como tiempo detenido. Sin principio ni fin, como el recuerdo.
Descansa en paz, archivero amigo.