Con más voluntad que rapidez, las obras del centro de Guadalajara siguen avanzando. A su ritmo, que es pausado. Tan pausado como el que quiere aplicar el Ayuntamiento a los conductores que circulen por calles como la de Cervantes. No es la única.
Rodar por los nuevos adoquines que no son adoquines sino asfalto rayado será sumamente parsimonioso para aquel que quiera cumplir las nuevas normas de ordenación del tráfico en la zona: con un límite de 10 kilómetros por hora, un peatón ágil de piernas llegará antes a su destino que cualquier vehículo.
Será cosa digna de ver.
Si Esopo levantara la cabeza sonreiría al ver esta aplicación, inesperada, de la enseñanza de su célebre fábula sobre la liebre y la tortuga. Todo muy propio de la Ciudad de los Cuentos.