No digamos todavía donde, pero es una capital de esta vieja, jodida, eterna y maravillosa Europa.
A diferencia de España, donde el problema no es el sol sino la falta de sombra, la gente del restaurante mira las nubes que vienen y van para saber si antes de que llueva deben bajar el toldo o pasar a los clientes al interior, para que no se le moje la calva o la paciencia a alguno.
Es agosto, un domingo de músico callejero en la esquina, con la gente feliz en esta terraza que se abre de luz o se ensombrece entre gotas a criterio del viento, suave a ras de calle, juguetón en el cielo.
Aquí se habla francés, inglés y casi todos los idiomas. Y sobre todo, español porque la mayoría de los camareros o son de España o de la América que nos quiere o no, según la Historia y las historias de cada cual.
No llueve.
Alrededor del abajo firmante casi se ha hecho corrillo, haciendo recuento de los orígenes de quienes hablan en castellano, como esa Silvia andaluza , o un colombiano, o un valenciano con media sangre argelina… y un cliente de Guadalajara, a un par de metros de una pareja también de por allí. O de aquí, porque esto parece una inesperada sucursal de España en el más allá de nuestras fronteras.
Se está tan a gusto hoy y aquí, con el tiempo detenido y el espacio tan indefinido, que solo la cerveza que se acaba te devuelve a la realidad.
¡Joder, qué gusto descubrir a tanta buena gente joven trabajando fuera de España con el mismo ánimo que si la vida fuera fácil y el presente o el porvenir no hubiera que currárselo a cada paso!
Buena la comida. Mejor aún, la esperanza
Y sí, estamos a cuatro pasos de la Place d’Armes, porque esto es Luxemburgo y esta realidad de Europa es pura verdad, con mucho por delante.
Que nada falle. Que nada falte. Que la vida nos acompañe.
No ha llovido y sale el sol.