Javier Rodríguez existe, aunque no lo conozcas. Uno de sus méritos es, ha venido siendo en toda su carrera profesional, la discreción. Gracias a su afán por no aparecer en la foto, él, que se conoce a toda Castilla-La Mancha y a la media España en la que ya trabaja su empresa, es un gran desconocido para los 493.165 clientes de Eurocaja Rural, que es donde se ha venido ocupando durante las últimas décadas.
Quizá haya muchos como él, porque sin gente como Javier Rodríguez lo que funciona bien renquearía, falto del sentido común que aportan los buenos trabajadores. Por eso, y por más, es justo y recomendable elogiar a Javier Rodríguez en los días en que, dice, dicen, se medio jubila.
Después de tanto tiempo al frente de Protocolo y Comunicación de una entidad financiera, Javier Rodríguez tiene material para escribir no un libro, sino el Espasa. Pero no lo hará, porque suyos han sido, sobre todo, sus silencios. Dos labios cerrados frente al interlocutor y, si acaso, un leve arqueo de las comisuras para indicar que por ese camino mejor no adentrarse. Esa contención gestual le ha servido tanto para soslayar problemas como para resolverlos, a mayor gloria de sus jefes. Salpimentado con abrazos a los amigos y a los que terminarían por serlo.
En España, el silencio debieran venderlo en las farmacias, como específico contra nuestros más graves males. Frente al guirigay permanente, los rodríguez de este mundo están en el secreto de la solución: trabajar, no enredar, observar, pensar, proponer sin imponer y, sobre todo, evitar romper, para no gastar el tiempo en recomponer. Y aun así, se jubilan.
Usted, lector, es más que probable que no conozca al Javier Rodríguez de esta reseña, pero seguro que se cruza cada día con más de uno de esas mismas hechuras, en la calle, en el trabajo o, incluso, en la familia. Esfuércese por reconocerlos y por reconocérselo. Por ser como son, merecen este elogio y nuestro protección: sin gente así, el mundo sería incluso peor.
Son discretos y pasan desapercibidos pero están entre nosotros, sujetándolo todo. Harían falta más, pero como los que tenemos se van, cuidemos de los que quedan.