Twitter está lleno de estúpidos y de estupideces. Lo sabemos porque lo hemos comprobado en cientos, si no miles, de ocasiones. Y sin embargo, ahí seguimos, incapaces de resistirnos al impulso de recorrer con el dedo la pantalla del teléfono para embadurnarnos la cara y el alma de miseria humana.
Tenemos comprobado que hiede, pero hozamos y gozamos. Con deleite. ¿Por qué?
Puestos a pensar, quizá la idiocia sea el lubricante que permite que este mundo nuestro no estalle por sus costuras, como un motor sometido a la presión de un exceso de información: siempre creemos que la padece el otro, nunca nosotros.
Más cierto es que, ignorantes de casi todo como somos, nos aglutinamos en creencias ramplonas con quienes piensan semejante, para que nos refuercen la convicción y nos alivien del terror de sentirnos marginados. Necesitamos socializar, nos dicen. Y les creemos, claro está, porque así lo aceptamos desde que se lo atribuyeran a Aristóteles.
Uno de los paradigmas de esa visión gregaria y pacata de la existencia, que consume su tiempo en marcar territorio mental y geográfico con/contra los demás, es la propaganda política convertida en campaña electoral permanente.
Prepárate, que vienen.
El que ha mandado y quiere seguir haciéndolo se olvida de lo mucho que prometió y que no ha cumplido; sin pudor, sin titubeos. Lo hace para renovar sus votos con el electorado… es decir, para que le votes al margen de cualquier ejercicio de racionalidad, llevado por el impulso de escapar del Apocalipsis que sería que ganaran «los otros».
Y esos otros dedican su esfuerzo a camelarte con una visión, contraria, de lo que nos rodea, de sus orígenes y de las eventuales consecuencias.
Para estos y aquellos somos poco menos que estúpidos, puesto que como tales nos tratan. Es lo que se hace con los rebaños, tampoco tenemos por qué esperar más.
Pasados varios miles de años con la Humanidad intentando entender el concepto de realidad hemos llegado al derroche actual, con un mundo exterior a cada uno de nosotros que es una sucesión permanente de realidades paralelas, como universos cercanos que conviven en nuestro mismo tiempo y en nuestro espacio, entre fronteras invisibles. ¿Es realidad lo que ocurre en First Dates, una realidad sublimada o una realidad imposible, pura creación? Reflexionar sobre eso, tan cotidiano, es más pertinente de lo que aparenta, puesto que tanta hojarasca a nuestro alrededor no nos deja ver lo más real, por cercano.
A nuestro lado, ahora mismo, hay una persona con la que hablar y, sobre todo, a la que escuchar. Con una vida intensa en ciernes o con muchos kilómetros de experiencia a sus espaldas. Ese ser humano, el que palpita a metro y medio de ti en la barra del bar, es mucho más merecedor de tu interés o de tu aborrecimiento, de tu pena o de tu admiración, de tu aprecio o de tu más rotundo desprecio, que cualquier ganapán anónimo o famosillo de una red social.
Si hay que ser estúpidos, seámoslo, pero en primer persona, nunca por delegación del penúltimo chorras que nos explica los que debemos ver, lo que debemos pensar, lo que debemos soñar.
Y esto sólo lo pienso yo, para mí, sin ánimo de enseñar. Aunque lo escriba, por si a alguno le vale.