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19 noviembre 2024
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EL PASEANTE / Nos mean… con alegría

Para ser libre, ante todo, lo primero es evitar pasar semanas en una UCI con un tubo metido en salva sea la parte y a la espera, asfixiados, de un destino incierto. Cuídense de los idiotas. Y Feliz Navidad.

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Cuando los conocidos se te empiezan a morir de a dos por día hasta el más tonto entiende las señales que le manda la vida. Pablo y Manolo ya no coincidirán con este paseante nunca más por la Calle Mayor. Quien sí que aguanta, y ojalá lo haga por muchos años, es Bernardo. En la ciudad basta decir su nombre para saber quién es: el camarero más diligente que nunca hubo.

A Bernardo le apreciaban, y mucho, los parroquianos del «Búho Rojo», sobre todo los que se arracimaban en las mesas del menú del día, apiñados bajo una nube de humo… cuando todavía se fumaba y las farias eran el postre, con carajillo y breve sobremesa antes de volver al tajo.

Bernardo, el sabio, filosofaba con un repetido argumento, como un martinete en la conciencia: Bernardo, la cuenta, le reclamaba alguno, para que él respondiera de inmediato: ¡Ahora mismo, con alegría!.

Desde el rincón, otro bramaba Bernardo, el salero; ¡Ahí lo tiene usted, con alegría!

Y si quien reclamaba era porque faltaban los segundos de toda la mesa, al momento regresaba Bernardo con cinco o seis platos, en inconcebible equilibrio sobre sus dos brazos, para llegar a destino con el son inevitable: «Aquí están, con alegría».

La vida es un contrapunto, como bien entendieron Juan Sebastián Bach y mi abuela, que tenía más entendederas que todos los columnistas patrios juntos. Por eso, a la alegría de Bernardo es justo contraponerle las amargas, pero cabales, reflexiones de Castelao.

Aquel gallego, médico, miope, dramaturgo, dibujante y nacionalista a partes iguales, dejó en uno de sus grabados más célebres esta irrebatible sentencia: «Mexan por min e teño que dicir que chove», según reflexionaba un paisano con otro, en diálogo antológico. Porque nos mean, sí. Y de forma reiterada. (El lector curioso, que busque la nota al pie de la cuartilla y lo que propone)

Dibujo original de Castelao, de la serie "Cousas da vida", propiedad en la actualidad de Abanca.
Dibujo original de Castelao, de la serie «Cousas da vida», propiedad en la actualidad de Abanca.

Entre el entusiasmo irreductible de Bernardo y la desazonada ironía de Castelao nos queda peregrinar hasta Sarlat, en la Dordoña francesa, y postrarnos ante la casa natal de La Boétie. Porque allí vio las primeras luces, ya va para cinco siglos, uno de los hombres más iluminadores de la Europa de los dos últimos milenios… aunque por aquí casi nadie le conozca ni le lea. Y tampoco es tanto el esfuerzo: en apenas un puñado de hojas cabe su «Discurso sobre la servidumbre voluntaria», al que hay que volver una y otra vez en estos tiempos de miseria y propaganda.

¿Y a qué viene todo esto?

Más que a las mascarillas y su imposición callejera, a la pavorosa falta de pulso que denota una sociedad a la que se le puede doblar, triplicar e incluso quintuplicar la factura de la luz sin que haya quejas en tropel por estas calles nuestras. Porque quizá, las calles también son suyas, de ellos, de esos mismos en los que hemos delegado nuestras vidas hasta olvidarnos de pedirles algo sensato a cambio del poder que les concedemos. Todos callados, sin rechistar, mientras que parece que llueve, tan calentito, sobre nuestras cabezas.

Escuchar a Pedro Sánchez es constatar el triunfo de la vacuidad. Sus comparecencias dejan un poso ligero pero muy amargo, por el eco de tanta simpleza adobada con mentiras y toneladas de nada. No sería este demasiado problema, aun estando el personaje donde está, si no le acompañaran tantos en ese empeño de vaciar de neuronas los cráneos de los 44 millones de personas que habitan esta tierra.

Por eso, recordar a Castelao para radiografiar la realidad, a La Boétie para quitarnos la caraja y a Bernardo para insuflarnos energía entre tanta desolación es un recurso de paseante por caminos azarosos, como los que pisamos últimamente.

Todo sea para superar lo que viene, tengamos o no que esquivar en estos días a los que se intercambian miasmas en masa con el cubata en la mano, con vacunas o sin ellas, embozados o cara descubierta, libérrimamente libres o libérrimamente estúpidos hasta olvidar que para ser libre, ante todo, lo primero es evitar pasar semanas en una UCI con un tubo metido en salva sea la parte y a la espera, asfixiados, de un destino incierto.

Cuídense de los idiotas. Y Feliz Navidad.

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