El Paseante
Publicaba LA CRÓNICA este viernes, recién estrenado su nuevo diseño, una fotografía estremecedora. El que editara la noticia la usaba para ilustrar el penúltimo intento de Orlena de Miguel de ser algo o alguien en Ciudadanos, después de haberlo sido casi todo (hasta efímera diputada nacional) en su provincia de Guadalajara.
A este Paseante lo que más le inquietó fue lo que apenas se veía.
Si el lector me acompaña y revisa la imagen, podrá comprobar que contiene fantasmas, acreditados espectros de otro mundo ya perdido para siempre. Ahí tienen, por ejemplo, a Albert Rivera, descamisado, a la caza del voto mucho antes de su suicidio político. Ahí está, también, el Banco Popular, que ya no existe y del sólo se acuerdan los que vieron perder en él parte de sus ahorros por la mala gestión de los (ir)responsables de esa entidad.
Más al fondo, el gran hallazgo:
Lo más imperecedero de nuestra castellana ciudad son los solares. Dado que van vestidos de naranja fosforito para proteger la medianera de la intemperie, los solares de Guadalajara no pasan desapercibidos. Y son muchos, más de cien. Y, sobre todo, son muy persistentes.
El que hoy nos ocupa está en trance de desaparecer, pues sus nuevos dueños se han puesto a la faena muchos años después de que se demoliera la casa que ocupaba una antigua carnicería, en la Calle Mayor. Pero ahí sigue, todavía. Allí, donde también hubo un mural, perdido.
Todo lo cual nos ha servido hoy para llegar a la conclusión de que la verdad más inmutable de esta ciudad, tan nuestra que a veces resulta ajena, son sus solares. Casi tanto como la envidia o la galbana de muchos de sus vecinos. Pero de eso ya escribiremos en alguna otra ocasión, cuando cuadre y apetezca.
Hasta entonces, que ustedes lo pasen bien.