En la ciudad, las miradas más inteligentes son las más melancólicas. Le pasa incluso a la de esa joven, de larguísimas pestañas, que tiene en sí misma el valioso don de la discreción. No importuna. No molesta. Calla.
Cuando la miras, ella prefiere mantenerse en su gesto inmóvil, ajena a lo que la rodea. Sabia mujer. Son las ventajas de un ser inerme, simple maniquí en el escaparate de una tienda –dicen que barata– donde antaño compraban las señoras de esta que fue provinciana sociedad.
Ahora, dicen, lo que hay por las calles son señoros a los que señalar, fascistas a los que temer, rojos a los que perseguir y, sobre todo, calentones adolescentes que perduran hasta la improbable madurez de los adultos siempre jóvenes que se rigen por la entrepierna en vez de por la cabeza. Velahí la actualidad, constante ejemplo.
Estamos rodeados, Amadeus…
En vista de las circunstancias, este paseante ha pedido permiso a la autoridad competente para intentar salvarse en primera persona y, al mismo tiempo, justificarse el sueldo de escribiente. A lo mejor cuela, porque se lo están pensando.
Se trataría, dicho queda en el mismo titular, de reconvertir esta sección en una permanente «Guía para escapar de los idiotas», que son tantos que ya abruman. En línea con el viejo propósito de instruir deleitando, nos proponemos iniciar un viaje permanente a la búsqueda de ocultos paraísos, tan lejos de Perro Sánchez y de Colifloro Feijóo como de los prebostes de la impolítica local. ¿Será eso posible?
En realidad, esa Ítaca es la que quizá andamos buscando desde las primeras letras en esta misma sección: volver a nuestro origen más añorado, sin dejar de viajar hasta lograrlo. O hasta encontrar la isla de los lotófagos y desmemoriarnos felizmente, la droga más dura, para nunca más desear volver.
Quién sabe qué…
No está fácil la cosa de que ni siquiera en LA CRÓNICA le saquen a uno de dedicarse a tropezar por la calle, saludar las sombras de algunos conocidos, reseñar absurdos ciudadanos y aventar sueños por escrito.
Pero habrá que intentarlo porque la saturación de canallas, propagandistas, peristas, estraperlistas de la información, tontos, tontos de baba, tontos a la violeta, idiotas, catedráticos en Idiocia aplicada, jugadores de ventaja, ladrones de tres al cuarto y del cuarto y mitad, locos lunáticos con Luna o sin tregua, mamadores de cargos, cargos de loa vitalicia, espantajos y espantaburras a sueldo, comedores de lo ajeno y pintamonas de plantilla es tanta y tan permanente que no deja resquicio para confiar en nuestra salvación si no es huyendo.
Buscaremos refugio para seguir viviendo mientras haya aliento y en el más auténtico sentido de la palabra, que es hacerlo por y para uno mismo. Si acaso, compartiendo secretos con quienes acepten el consejo.
¿Podremos hacerlo? Me temo que el puesto está cogido entre lo mucho que ofrece la sección de Viajes de este periódico, pero habrá que intentarlo.
Y el lector, también debería… porque los que iban a salvarnos no dejan de atracarnos el bolsillo y la esperanza.
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