Desde 1576 hasta 2021 ha llovido mucho. Tanto como ha diluviado en la madrugada del 12 de febrero. Ha sido este día el elegido por la Junta de Comunidades para reabrir los bares de la región. Y 445 años después alguien podría haber citado a Fray Luis de León. Aunque nadie lo ha hecho.
Madrugó este paseante con el ánimo bien dispuesto, alegrado el paso sobre el suelo húmedo por la esperanza de franquear la puerta de este o aquel bar. Y allí estaban de nuevo los hosteleros: como si nada hubiera pasado. Junto a ellos, a la prudente distancia que mandan las normas sanitarias, los clientes habituales, parroquianos de buenas costumbres.
Han vuelto los hosteleros a levantar sus cierres como si no hubieran sumado otro mes más de inactividad y ruina. Parecido alarde de estoicismo que el que desplegó Fray Luis, cumplida su condena de cuatro años en las celdas de la Inquisición. Suyo fue el célebre «decíamos ayer» con el que se presentó de nuevo ante sus alumnos. En realidad, lo que dijo en el aula de la Universidad de Salamanca fue un rotundo «Dicebamus hesterna die«, pero a ver quien lo repite hoy, cuando ni los curas saben latín, empezando por el papa.
Este viernes, día de reapertura, el Fray Luis de «Las Vegas» se llama Fernando y se tapa el rostro con una mascarilla negra, una canónica FFP2 para aguantar la jornada. Sus afanes no son dictar cátedra ni filosofar como los del agustino, sino poner cafés a primera hora y tirar cañas a partir de media mañana. Entre medias, seguirá hurgando en el móvil para ver si la dichosa aplicación para «fichar» a sus clientes funciona como debe. En la cocina, su alter ego Jacinto se ocupa desde primera hora, a resguardo de las miradas de los curiosos, de obrar el milagro de una de las mejores tortillas de patata que puedan encontrarse por las tierras de Castilla.
Esta es la verdadera Universidad de hoy, en la España desbaratada por el virus. Aunque nadie hable en latín ni recuerde a Fray Luis de León… que tampoco era de León, sino de Cuenca.
En este y en tantos bares es donde mejor se sigue aprendiendo lo que es el recto vivir; la prueba está, en el mismo día de la reapertura, en una mesa del fondo. Allí, un grupo de estudiantes de instituto hablan, ríen, desayunan y sueñan con la naturalidad que da el ser joven y no tener prisa por dejar de serlo.
Vistos desde la distancia, cualquiera que haya pasado la treintena los envidiaría. Como yo lo hago ahora, justo antes de pagar mi café y volver a las calles de esta España de COVID y sinrazón. Así, hasta que escampe.