Fue ir a pagar el café y pasar miedo. Que en el centro de España, un día de febrero de 2020 te entre un pánico sordo al ver una moneda, tiene su aquel y su condena.
Quiso el azar que del bolsillo salieran esos dos euros y no otros. En el anverso, la efigie del Dante, revelando así su origen en la Italia agitada por el terror al coronavirus. ¿Cuánto tiempo llevará rodando esa aleación de níquel y latón por estos y otros andurriales? ¿Cuánto desde que salió de alguna ciudad trasalpina? ¿Cuánto en la Península?
El miedo hace mucho menos tiempo que está entre nosotros, pero habitará por una larga temporada. El infierno del Dante, ahora y aquí, reconvertido en histeria colectiva.
Por lógica, ahora es el mejor momento para viajar a Venecia, sin temor a verte pisoteado por la habitual horda de japoneses, sin riesgo a tener que oír gritar entre los canales a un rebaño de jubilados de Valdepeñas berreando chistes sin gracia y con la posibilidad, por fin, de aproximarte a esa ciudad que ya sólo existe en los cuadros de Canaletto que cuelgan en las salas del Thyssen, en Madrid.
Y sin embargo, todo va camino del precipicio, empezando por el dinero y terminando por el dinero. Por el que se volatiliza en la Bolsa y por el que se te ha caído de la mano cuando ibas a pagar el café.
Por pudor, devuelves la sospechosa moneda a tu bolsillo y extraes otra, con el perfil de un borbón. Como si fuera más inocua.
Ya nunca te burlarás del miedo al fin del mundo que tantos tuvieron al final de aquel otro milenio, aquellas otras tinieblas de las que parecía habernos sacado Dante y la inteligencia de tantos seres humanos, de la Edad Media al Renacimiento.
Así seguimos, siempre con todo a medio hacer. Y esperando que acabe lo que no ha hecho más que empezar. Sentados y agitados, al mismo tiempo, en el taburete de un café.
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