Hace unos días, este paseante se sorprendió mirando a una cigüeña en el lugar más insospechado. Andaba con el garbo que corresponde a su especie. No hacía mucho rato que había amanecido y en la ciudad no se oía un alma. Porque ella y yo no estábamos en el campo, sino en medio de una capital española.
Sin miedo aparente ni prisas, así se movía la cigüeña por delante del polideportivo del instituto. Concretamente, por ese que lleva por nombre el de Antonio Buero Vallejo. Un año antes, siquiera dos meses antes, ni por asomo se le habría ocurrido al gran pájaro bajar de los cielos a la tierra en medio de la ciudad. Aquí, exactamente aquí, tampoco habría podido: los gritos de los chavales, la propia presencia de tanta zagalería ambulante, se lo habría impedido.
Hay veces en que por decenas se dejan ver las cigüeñas en los sembrados de la Campiña, de tierra tan jugosa, llena de gusanos. Admitamos que siempre hubo una buena alianza entre estudiantes y cigüeñas en los Maristas de Guadalajara, pero ellas contenidas en el nido que coronaba el árbol y los chavales abajo, a balonazo limpio por donde antes anduvo la ricacha vizcondesa. Ahora, con el coronavirus, se han cambiado los escenarios y el orden de las cosas.
No ha terminado abril, amenaza lluvia y casi refresca pero ahí arriba están, para quien quiera disfrutar de su presencia: dos buitres leonados, trazando de negro y marrón el aire sobre Cabanillas del Campo. Mucha hambre han de tener para echarse tan lejos con el aire tan frío.
En estos días se han visto corzos por Sigüenza, de igual modo que hace semanas ya paseaban jabalíes por el puente árabe de esta confinada capital.
Los animales ocupan el lugar que les dejamos, para hacer lo que pueden en eso tan azaroso que es vivir como ellos saben.
Pero algún día saldremos y todo volverá al equilibrio desequilibrado con el que vamos tirando.
Otro ser vivo, bastante más cabrón que todos ellos, nos tiene así de desmañados. Le llaman COVID-19, un nombre imposible para la lírica. A ver si en algún momento se vuelve a su redil y nos deja vivos y tranquilos a nosotros. Aunque entonces ya no nos crucemos por las calles con corzos, jabalíes y cigüeñas paseantes, compañía de estos tiempos de hastío, rabia, pandemia y miedo.