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21 noviembre 2024
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EL PASEANTE / Con piernas y a lo loco

Dos siglos después de Goya tenemos la obligación de reubicar nuestros fantasmas y espantar todas las excusas que tan plácidamente nos han permitido vivir durante generaciones. Creíamos que no teníamos remedio. Ahora resulta que el remedio somos nosotros mismos.

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Las locutoras de la televisión tienen piernas, como traumáticamente descubrieron muchos en los tiempos en los que esas señoras, antaño con permanentes y peinados imposibles, nunca abandonaban ese parapeto que era la mesa del estudio. También ocurría lo mismo con los locutores, claro, que en esto nunca ha habido distinción por razón de sexo. A Mariano Medina se le conocían las gafas, pero no los pies.

Ahora, en las televisiones todo es un frenesí de bípedos y bípedas que informan entre alardes de realidad virtual, como una vida recreada al minuto.

Para que luego digan que no cambian los tiempos.

Más incómodo resulta saber que uno de los sueños más húmedos y recurrentes de los españoles es mentira: el «Duelo a garrotazos» de Goya nunca fue como nos lo presentan en el Museo del Prado.

«Duelo a garrotazos». (Foto: Museo del Prado)

Para el imaginario colectivo hispano no hay mejor forma de asumirnos que como esos dos fulanos metidos hasta las rodillas en la tierra, incapaces por tanto de escapar a nuestro destino, que es el de liarnos a golpes con el vecino de sinrazón para matarle antes de que nos mate.

Este que les escribe reconoce que ha echado largos ratos en la pinacoteca, ensimismado ante esa pintura y, sobre todo, ante la del perro hundido, expuesta a su lado… que ahora resulta que tampoco mira el infinito con angustia vital sino que, según se ha demostrado, en su pared de la Quinta del Sordo lo que hacía era seguir el vuelo, diríase que feliz, de un pájaro.

Todo lo anterior lo acreditan los estudios y, sobre todo, las fotografías tomadas antes de que se arrancaran de las paredes estas obras de carácter privado para pasarlas a lienzo. Se hizo todo de una forma tan grosera que muchas partes se perdieron y fueron repintadas sin pudor. Donde hubo piernas el hueco se suplió con un suelo/paisaje sobre el que parecen flotar los contendientes, a poco que uno observa la escena con esta nueva mirada.

Foto tomada por Laurent en 1875 en la Quinta del Sordo, donde se aprecian claramente las piernas de los personajes de la célebre obra de Goya.

Lo que nos queda a nosotros es el vértigo de saber la verdad.

Tenemos, ahora, la obligación de reubicar nuestros fantasmas y espantar todas las excusas que tan plácidamente nos han permitido vivir durante generaciones. Creíamos que no teníamos remedio. Ahora resulta que el remedio somos nosotros mismos.

Goya no nos pintó a los españoles como víctimas de nuestro destino, sujetos por las canillas al suelo patrio, condenados a sacudirnos sin margen para escapar.

Ver a esos dos con sus piernas produce una sensación incómoda, compartida con cualquiera que ha descubierto una incómoda verdad.

Aunque no lo admitamos, se nos acaban las excusas para vivir como debemos o, desdeñando a los kantianos, como queramos.

Los que se mataban a garrotazos se cebaban fieramente en los golpes cuando, en realidad, podían escapar de su suerte trágica. Y no lo hacían. Tanto, que nos han tenido en el error desde hace dos siglos.

Nosotros también podemos ser otros; o ser nosotros mismos, de cualquier otra forma. Salir de naja hacia otra parte que nos haga mejores o, siquiera, más felices.

Aunque siempre vivamos mejor aferrados a la enésima excusa. Aceptémoslo: ni siquiera Pedro Sánchez tiene la culpa de todo.


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