Dedicado, sin ningún afecto,
a todos los políticos que
nos han engañado
desde enero de 2020
con sus palabras vanas
y con sus datos falsos.
Hubo un tiempo, no muy lejano, en que los hombres y las mujeres de este país no deseaban ser felices: simplemente, lo eran. Incluso aquellos más taciturnos, los atrapados por la tristeza que cala hasta los huesos, sonreían a veces. Y cuando lo hacían, era como si respirasen esperanza.
Hace un año que en este país no se ve sonreír. Si acaso, lo intuimos en el brillo de unos ojos.
Todos estamos cansados, muy hartos de esperar que la buena vida vuelva, después de haber caído en la cuenta de que la vida que llevábamos no era tan mala.
No necesitábamos mucho para encarar los días, disfrutar las noches y esperar el alba. Pero hasta eso nos falta.
Una charla en la calle, a cara descubierta, calibrando en la expresión del otro su verdad y su mentira.
Un saludo lejano, leyendo los labios.
Un abrazo intenso.
Un viaje soñado.
Una comida disfrutada a dúo o en cuadrilla o con toda la empresa.
Un partido de fútbol apiñado en una grada.
Un telón y un aplauso frente a un escenario.
Un café en una mesa, con periódico en un bar lleno de almas.
Una cita cara a cara.
Una pasión vivida sin temor al mañana.
… y así pasaban las horas de esa buena vida que tanto añoramos, ahora que sabemos que no era tan mala.
Gracias por nada a los que aún no saben cómo evitar tanto destrozo en España.