En cualquier ciudad española, los turistas tienen por sensata costumbre madrugar para que la jornada cunda y ver todo lo que merezca la pena ser contemplado y disfrutado. En Guadalajara, el monumento más destacado de esta capital ha ido a la contra de ese criterio: para qué abrir, pudiendo estar cerrado. No sólo a primera hora, sino durante todo el día, en plena Semana Santa. Aunque no siempre. ¿Quiere saber de qué hablamos? Siga leyendo.
Alertaba de la cosa en su cuenta de Twitter Manuel Granado, que además de guía oficial sabe lo que es la política municipal e incluso regional, dado que fue concejal por el PSOE en un anterior mandato y lo vivió de cerca:
Respecto al resto de monumentos (Convento de la Piedad, iglesias parroquiales…) ya imaginará el lector el panorama y la cara de estupefacción del turistamen, en parejas o en grupos ese Viernes Santo.
El palacio también resucitó
Pero el tiempo avanza, inexorable y hasta lo irremediable encuentra su remedio, siquiera provisional.
Para los que apuran sus vacaciones fuera de la Alcarria, dejemos constancia de la anécdota más temprana. Incluso en este Domingo de Resurrección muchos se han perdido, por estar ausentes de Guadalajara o por dormir a pierna suelta más de lo debido, el feliz espectáculo del absurdo, digno de Ionesco, entre dos carteles contradictorios, dispuestos a escasos metros uno del otro, en lo que debieran ser entradas al Palacio del Infantado y al Museo de Guadalajara y que, en vez de darte paso al interior, te conducían inevitablemente a una sonrisa desencantada o a una sonora maldición:
Luego, andando el tiempo y el mañana (primaveral y luminosa mañana) hasta el Infantado resucitó, las puertas se abrieron como si del Mar Rojo ante Moisés se tratará y los turistas, que los había, entraron, vieron y se admiraron:
Parafraseando una expresión de los añejos tiempos de la Transición… Guadalajara y yo somos así, señora.