Lorenzo Robisco anda estos últimos días amostazado por la falta de diálogo y de franqueza en el Grupo Popular del Ayuntamiento de Guadalajara, síntomas de un cáncer de la política de fácil diagnóstico y de muy difícil tratatamiento. La misma enfermedad se ha detectado en la cercana Plaza de Moreno, donde el que ha sido fiel escudero de Ana Guarinos en los cuatro largos años de travesía toledana por el desierto ha sido designado presidente del Grupo Popular en la Diputación. El desierto, recordemos, se ha hecho más grande.
Los designios de tal designación no son inescrutables y sus posibles consecuencias, tampoco: alguno de los diez diputados con los que el PP empezará el jueves el nuevo mandato ya está pensando en irse sin marcharse.
O sea, que el selecto club de los diputados no adscritos amenaza con tener un nuevo socio, como ya lo tuvo desde 2015 con la ciudadana Ramírez, sustento de tantas votaciones. Ahora, el PSOE no necesita tamañas argucias, pues tiene donde elegir con quién bailar, sin riesgo de tropezones.
Dicho todo lo cual, al presidente Robisco y también al portavoz Esteban (don Alfonso, el concejal electo de Las Inviernas, ese pueblo de alcaldesa socialista gracias al marido, concejal del PP) les queda una emocionante administración de la derrota con el Grupo Popular partido en dos: por un lado, los capitalinos repartiéndose el escaso poder; por el otro, los rurales de los partidos judiciales de Sigüenza y Molina, a verlas venir. Cinco contra cinco, aproximadamente y hasta que alguno se aburra o se cabree íntimamente y pegue el sartenazo. Que lo hará.
No sean impacientes y sigan leyendo LA CRÓNICA sin faltar ningún día para poner nombres y fechas. No tardaremos en resolverlo.