Lo del coronavirus terminará pasando a los libros de Historia como el gran aniquilador de las costumbres más arraigadas. Y en lo político, también.
Al igual que ocurriera en 2020, cuanto todo era intensa preocupación, la Diputación de Guadalajara ha optado por suspender también este año la recepción de alcaldes, que viene a ser el mayor sarao anual de la casa.
No hay mejor palabra para definir ese evento que aquella que la Real Academia Española reserva para la «reunión nocturna de personas de distinción». Más matizable es la segunda parte de la entrada del diccionario, en la que concretan los académicos que los reunidos lo hacen «para divertirse con baile o música», porque el propósito del evento que nos ocupa, según se ha constatado siempre, es ver y dejarse ver más que cualquier otra cosa. Lo de la música es accesorio. Y en cuanto a los bailes, incluso los más joteros lo evitaban para no tropezar y caer entre el tumulto.
Todo, casi siempre entre los ladrillos neomudéjares del patio de la Casa Palacio, en la Plaza de Moreno, aunque en 2019 se trasladara al Infantado, por eso de los nuevos tiempos y tal.
Para evitar cualquier llanto, desolación o crujir de dientes, el presidente José Luis Vega garantiza que «la Diputación volverá a organizar este acto cuando la situación sanitaria permita homenajear como se merecen a todos los alcaldes y alcaldesas de la provincia sin limitaciones de aforo y todos los eventos festivos puedan celebrarse sin ninguna restricción».
Nos quedamos más tranquilos los ciudadanos de a pie. No sabe usted cuánto.