Las calles del centro de Guadalajara han amanecido, un año más, alfombradas de cantueso. Más paseantes que se costumbre pisaban desde mucho antes de la procesión esta aromática, con lo que su inconfundible olor se esparcía por todo el recorrido, desde la iglesia del Fuerte a la concatedral, pasando por la Carrera y la Calle Mayor.
Los guadalajareños llevan más de cinco siglos llevando al Santísimo en procesión, precedido por los trece miembros de la Cofradía de los Apóstoles y flanqueados estos por los niños que han hecho su primera comunión en las semanas previas. Este año, menos niños que en otros tiempos, incluso cercanos.
El que lo desee, puede repasar lo vivido este año en nuestra amplia galería gráfica:
Quien quiera bucear en la historia de esta tradición, aquí la tiene, según puede leerse en la web oficial del Ayuntamiento de Guadalajara:
La fiesta del Corpus Christi durante la época medieval, era muy distinta a la actual. Aparte de la exaltación de la Sagrada Forma, tenía un fin educativo, por lo que la procesión estaba repleta de representaciones alusivas a personajes bíblicos, santos… que enseñaban a través de la imagen los fundamentos de la fe cristiana, a un pueblo en su mayoría analfabeto.
Uno de los elementos más llamativos es el dragón, alusivo al demonio, que desfilaría próximo al carro que recreaba el Infierno, con individuos vestidos de negro y carmesí, que serían los pecados, junto a otros caracterizados como diablos. También había otro carruaje representando el Paraíso, con cuatro figurantes haciendo el papel de inocentes, con coronas de oropel, entre nubes hechas de piel de oveja. Otros carros mostraban mártires y santos, a través de intérpretes o pintados. Los Apóstoles ya eran muy importantes en esa época; caminaban cubiertos con una careta o “rostro”, precedidos por Cristo, haciendo referencia a la institución de la Eucaristía en la Última Cena. También se instalaban a lo largo del recorrido pequeños escenarios, donde se llevarían a cabo sencillas representaciones o danzas.
El día comenzaba con un repique general de campanas y el desplazamiento de las múltiples cofradías, desde parroquias, conventos… a la iglesia de Santa María, para asistir a la misa y la procesión.
El programa de actos lúdicos era muy importante, por lo que todo el mundo participaba de la fiesta, disfrutando de juegos, justas e incluso, seguramente, de sueltas de toros.
No hay duda de que en esta época la fiesta del Corpus Christi era la más importante del año en la ciudad. Las actividades comenzaban ya la víspera, con el traslado del dragón, gigantes y carruajes a la iglesia de Santa María, en alegre y bullicioso desfile.
Algo muy importante era la decoración y engalanamiento del recorrido, a través de ricas colgaduras, altares, guirnaldas, arcos, esparcimiento de plantas aromáticas etc., práctica cuya importancia viene ya de los siglos medievales.
Las diez iglesias parroquiales y catorce conventuales, repicaban sus campanas al alba para anunciar la fiesta grande. Entonces toda la ciudad se ponía en movimiento, participando en pleno, a través de los gremios, Cabildo de Curas, cofradías de las parroquias, órdenes religiosas…
Desde el siglo XVII uno de los elementos más importantes ha sido la custodia de plata, adquirida por el Cabildo, organizador de la fiesta. Sin la cual no se concebía la procesión.
El orden de la comitiva era muy estricto. La abrían los alguaciles, seguidos del pendón del Santísimo, luego venía la tarasca o dragón, órdenes religiosas, cofradías, comparsa de gigantes, Cabildo de Curas con sus cruces y estandartes, músicos y danzantes, Cofradía de los Apóstoles, custodia, dignidad eclesiástica bajo palio y la corporación municipal escoltada por los maceros.
Los actos festivos duraban varios días y consistían en corridas de toros, comedias, meriendas, juegos, torneos…
Después del barroco, la importancia social y esplendor visual del Corpus, va descendiendo poco a poco. Así los actos festivos se redujeron considerablemente y los religiosos se limitaron prácticamente a la procesión.
Tras el clima de anticlericalismo, que dominó el periodo de regencia de la reina María Cristina, el reinado de su hija Isabel II supuso una revitalización de este tipo de actos religiosos públicos, con la participación en ellos de las autoridades civiles, militares y corporaciones científicas, como símbolo del apoyo del poder a la institución eclesiástica. En Guadalajara, se produce en este momento la construcción de una nueva custodia; no se sabe que le sucedió a la antigua, pero probablemente fue requisada por las tropas francesas, en la Guerra de la Independencia. Su diseño corrió a cargo del arquitecto municipal, D. José María Guallart, según parámetros clasicistas; mientras que la elaboración corrió a cargo del platero madrileño José Ramírez de Arellano. El resultado fue una obra artística de magnífico porte, que pesaba 16 arrobas, es decir 184 kilos. La participación de los cadetes de la Academia de Ingenieros en la procesión, también la sumaba vistosidad. Otro detalle que caracterizaba el Corpus en esta época es el reparto de refrescos y aperitivos.
Posteriormente, la Revolución de 1868 y la I República cambiaron las tornas en cuanto al apoyo del poder a la Iglesia. En esos años, los representantes de las instituciones civiles y militares de la ciudad, no participaron en la procesión, con gran disgusto del Cabildo.
Con la restauración borbónica, se volvió de nuevo a potenciar la fiesta del Santísimo Sacramento. Incidiéndo en el adorno de la ciudad; incluso era obligatorio, para los vecinos de las calles por donde pasaba la comitiva, poner colgaduras en balcones y ventanas. En el vaivén político de aquella España convulsa volvió la República, acabando con ese pequeño renacimiento del Corpus.
Tras la Guerra Civil, tanto la organización de la celebración del Santísimo Sacramento, como la Cofradía de los Apóstoles, tuvieron que renacer casi desde cero. La carroza de la custodia y el Cristo habían desaparecido. Solo quedaban cinco hermanos, la mayoría de los trajes y caretas habían sido destruidos.
Todo ello hizo que, al reanudarse el Corpus, sufriera cambios significativos, como la renovación de estandartes, cruces, custodia… que ya no existían, y pasaron a ser más sencillos, más sobrios que los anteriores, la mayoría barrocos. Por otro lado la fisonomía de los Apóstoles también cambia; hasta 1922 vistieron albas blancas, que fueron trocadas por túnicas, las cuales también tuvieron entonces que hacerse de nuevo, por haberse perdido. El uso de las tradicionales caretas fue sustituido por barbas y pelucas postizas.
Otro aspecto que ha ido cambiando el aspecto visual del acto, es el uso de los niños de Primera Comunión de trajes hechos a propósito para ello. Aunque es un fenómeno que empieza antes de la Guerra Civil, es a partir de los años 40, según se va mejorando la situación económica, cuando se generaliza.