Se supone que llevamos tres años riéndonos del coronavirus, pero maldita la gracia que nos hace el asunto. Fue en 2017 cuando los que estiran el chicle de las aventuras de Astérix dieron a la imprenta la historieta dedicada a sus peripecias por Italia. Allí aparecía, oculto tras una máscara y al mando de una cuadriga, el coronavirus primigenio. El de ahora, el chino-coreano, nos está divirtiendo bastante menos.
Con la extensión de los casos por toda España, desde Valencia a Guadalajara pasando por Torrejón de Ardoz, el tratamiento intensivo de tranquilidad en vena que nos intentan aplicar todas las autoridades concernidas parece sobradamente ineficiente.
De la mucha información que viene facilitando LA CRÓNICA a sus lectores, una de las menos leída será, sin duda, la que actualiza los datos de la epidemia en Corea. Y, sin embargo, tiene su relevancia: con 3.526 casos en sus hospitales, sólo ha habido 17 fallecimientos desde el inicio de la crisis sanitaria en aquel país, tan oriental y tan occidental al mismo tiempo. Es la mejor prueba de que la letalidad del virus es muy limitada, inferior a otras amenazas casi cotidianas para nuestra salud.
De lo que realmente ocurre en China, mejor aplicar cuarentena informativa. Como en toda dictadura que se precie, la verdad es la primera víctima en aquel país.
En Guadalajara ya tenemos un caso de positivo por COVID 19. Lo previsible, pues no estamos en una isla desierta sino en el centro de España. Hasta ahí, lo normal. Lo inquietante, al menos para este que les escribe, es la indefensión general que cualquier sociedad moderna parece tener para frenar la propagación de un virus. Este coronavirus mata poco; lo sabemos y nos alegramos. ¿Nos servirá, al menos, para actualizar los planes de contingencia? Si así fuera, alguna esperanza tendríamos de que cuando llegue un pandemia realmente crítica la repuesta sea eficaz. ¿Será eso posible?
Entre tanto resolvemos la cuestión, no queda otra que esperar a que el tiempo vaya amortiguando los efectos de unos contagios aún en fase emergente. Porque el tiempo y el trabajo de los laboratorios será lo que nos ayude de verdad a pasar página.
Hasta que ese momento llegue, el recuento de daños realmente graves no será tanto el de los pacientes afectados como el de los daños a la economía y su intensidad. Se cuenta ya por decenas de miles de millones lo que han perdido las empresas españolas, tanto en la Bolsa como en su actividad comercial presente y futura. Así está ocurriendo en todos los países, como parte que somos de un sistema globalizado a escala planetaria.
Todo esto se pasará, es lo más cierto de todo. Ni en España llegó el fin del mundo con la intoxicación por aceite de colza adulterado, ni la «gripe aviar» nos eliminó como especie ni hemos dejado de comer carne por aquellas vacas que enloquecieron, hace ya tantos años.
Lo que va cambiando de ayer a hoy es la facilidad con que las emergencias sanitarias saltan por encima de las fronteras, hasta el punto de que nadie pueda decir que era realmente posible impedir que exportáramos desde Barajas un caso de coronavirus al Ecuador el 13 de febrero de 2020, como realmente ocurrió y acabamos de comprobar. ¿Era imposible? ¿Estamos haciendo todo lo posible? ¿Hacemos, al menos, lo necesario?
En algún momento alguien debería darnos todas las respuestas, con los argumentos suficientes para que las creamos. Eso sí será luchar contra el alarmismo, aunque no sabemos cuándo llegará.
Mientras, aceptaremos que esto no es una epidemia. De acuerdo, no será una epidemia y menos aún una pandemia, pero sí que es una gran putada. Por lo que ya vemos y por lo que aún intuimos para el futuro más inmediato. Por lo que nos va a costar a todos. Y a todas.