Sería una exageración decir que se haya hablado mucho en estos días del árbol de Navidad plantado en la Plaza de España de Guadalajara por Ecovidrio y el Ayuntamiento. Son muchos cientos de botellas verdes, iguales las unas a las otras e iluminadas tras el atardecer, que han sido recibidas con estrepitosa indiferencia por una mayoría de vecinos de la capital alcarreña.
Para atender a la verdad histórica, hay que señalar que el árbol de botellas recicladas de Guadalajara, el original y el más auténtico, no es ese, sino el que se monta desde hace ya muchos años en el interior de un bar.
Los que de forma habitual alternen por el centro de la ciudad ya sabrán que hablamos de «Las Vegas», el establecimiento regentado por los hermanos Jacinto y Fernando.
Desde hace un par de semanas, con unas fechas mucho más adelantadas que las de la municipalidad, han plantado en su local este detalle navideño, compuesto por una 600 botellas reales, con sus etiquetas y todo, tomadas de las cajas del almacén y organizadas por tamaños y niveles, para que nada se descuadre ni se descomponga. Todo un mérito en el procedimiento que, si fuera aplicable a la organización general del país, haría de España la gran nación que dicen algún día fue.
Elucubraciones, aparte, la obra está ahí, a la vista de todos, entre la máquina tragaperras y el perchero, casi tan desapercibida como el árbol mostrenco del Infantado. Pero con más horas de trabajo que aquel, coincidiendo con las muchas que echan de servicio al público los propietarios.
Con la ayuda de algunos familiares han vuelto a repetir el ritual de todos los diciembres, pegando con silicona la base de cada botella antes de pasar a las del piso superior para, en un alarde final, animar el conjunto con luces de colores. Fuera del programa oficial, sin duda, pero merecedor de este reconocimiento, tan innecesario como sincero.
Hay pequeñas cosas que son muy grandes, sobre todo para el que las sabe apreciar.