La estatua de Molly Malone, en el centro de Dublín, es uno de los reclamos turísticos de la capital irlandesa.
Entre unos y otros han conseguido con esta figura en bronce inventarse la tradición, más que contemporánea, de que para asegurarse una futura visita a la ciudad hay que sobar los pechos de la, ella sí, legendaria mujer. Es la protagonista de una célebre canción popular, cierto, pero nadie nunca ha podido demostrar su existencia real.
La fuerza del roce nos ha dejado experiencias más cercanas como el parteluz del Pórtico de la Gloria, en la catedral de Santiago de Compostela, donde los millones de peregrinos posando la mano en el mismo sitio han domado la piedra hasta dejar allí una profunda huella de los cinco dedos.
En el caso de Dublín, todo es más chusco. La estatua data de 1988 y desde hace años está más que desgastada, mamariamente hablando.
Ahora, una campaña en redes bajo el hastag #LeaveMollymAlone plantea elevar la famosa figura todo lo que sea necesario sobre el nivel del suelo para alejarla de los turistas.
Por lo demás, Dublín tiene tantos puntos de interés que los lectores de LA CRÓNICA pueden repasar algunos en las siguientes fotografías de LA CRÓNICA:
































