Ha sido este viernes y en Azuqueca de Henares cuando Emiliano García-Page Sánchez ha dado un buen zurriagazo retórico a los talibanes de la Cataluña irredenta. Ha aprovechado el presidente de Castilla-La Mancha a hacerlo desde Azuqueca de Henares y después de que otros hayan impedido que Barcelona recuerde a Don Quijote en la playa de la Barceloneta.
Hay que tener las neuronas en permanente estado de insumisión con la realidad y con la historia para llegar hasta tales cimas de la estupidez. Ciertas majaderías solo encuentran explicación en el egoísmo cerval de quien teme perder dineros y privilegios injustos… porque de eso es de lo que hablamos, en realidad, en esta España de los arrebatos periféricos.
En Guadalajara tenemos a tiro de piedra Alcalá de Henares, una ciudad que muchos alcarreños ignoran sistemáticamente, ya que está más allá de la frontera de Meco. Allí nació Cervantes. Y en la desgana de frecuentar sus calles renacentistas y conventuales acreditamos los alcarreños que el virus del tribalismo campa con más libertad y desde hace más tiempo que el del COVID. Sus efectos, menos mortíferos, son devastadores también para la convivencia, sobre todo cuando la diferencia se esgrime como espantajo político.
Que Page haya arremetido, una vez más, contra el nacionalismo hidrocéfalo de la nueva burguesía catalana tiene sentido. Y cobra todavía más razón de ser cuando se hace desde detrás de un atril en Azuqueca de Henares, el pueblo devenido en ciudad por el sudor de varias generaciones de obreros llegados hasta aquí desde cualquier punto de España. Talmente como ocurría por esos años en Cataluña, a beneficio de las todopoderosas familias que antes habían labrado fortunas con el comercio de esclavos y las plantaciones de azúcar en Cuba.
Azudense es quien ha querido serlo, para vivir mejor; parece que catalán sólo puede serlo quien es autorizado por algunos, siempre que con eso vivan bien los que todos sabemos.
En Guadalajara, a lo más que llegamos con la industrialización del franquismo fue, después de convivir con el caciquismo de Romanones, ver cómo su finca de Miralcampo pasaba de ser coto del señor conde para la caza de perdices a floreciente polígono industrial con décadas de éxito. Como dijo Felipe González, todos somos iguales… pero unos más que otros.
Haría mucho bien a ciertas cabezas asomarse por el mundo y comprobar, por ejemplo, la devoción constante que tienen por Don Quijote en otros países, desde Francia a Estados Unidos. La novela y su mito forman parte de la cultura de esos países, que están a la cabeza del mundo. El hidalgo, que no pudo con los molinos de viento, sí que ha conseguido derribar las fronteras y enseñorearse de otros mundos, sin ofender a nadie. Tomemos nota, si queremos hacer algo inteligente.
Las estupideces las dejaremos para quienes las fomentan y las disfrutan. Que esos, bien se ve, no descansan.