Más que a una pandemia, lo del coronavirus en España se está pareciendo ya a un tiovivo… con muy poca gracia y sin ninguna capacidad para divertirnos. Damos vueltas y vueltas al ritmo de los caballitos para avanzar sin dejar de volver, al poco rato, al punto de partida.
Con precisión milimétrica, según mejoran las cifras sólo parecemos coincidir en unirnos para volver a estropearlas.
Ya matamos a demasiados compatriotas por pretender «salvar» las vacaciones de verano en 2020 y lo repetimos, en una orgía de estupidez, con las pasadas navidades. Y aun así, los hay que todavía exigen alegremente «salvar» en lo posible la Semana Santa de 2021.
En este mismo día y en este mismo diario, una exhaustiva información pone de relieve la influencia que tiene sobre Guadalajara su cercanía a Madrid. Más allá de infaustas alusiones a «bombas víricas» madrileñas, con los datos en la mano resulta innegable que el COVID se mueve a gusto por el Corredor del Henares y por La Sagra toledana, incluso a pesar del teórico cierre perimetral entre regiones.
Ahora, a menos de un mes de la pasión, muerte y resurrección de Dios Nuestro Señor hagamos todos un esfuerzo para no apasionarnos tanto en la impaciencia, mantener fresco el recuerdo de tanta muerte cercana y permitirnos la posibilidad de que nuestra vida y la economía resuciten de una vez… pero de una vez y por todas. La Semana Santa de 2021 debe ser un ejemplo de contención en la movilidad si queremos que en el verano podamos viajar sin las trabas que ahora son exigibles.
El desbarajuste autonómico, que desde LA CRÓNICA hemos criticado de forma reiterada en los 21 años de existencia de este periódico, se muestra especialmente nocivo a la hora de abordar la pandemia, máxime con un Gobierno central tan cínico que sólo actúa por el bien común cuando este no afecta negativamente a sus propios intereses.
A cuatro semanas de una posible estampida de las familias a sus pueblos de origen o a sus segundas residencias en la costa, cualquier gobernante con sentido común estaría ya alertando de que no podrá ser así. Pero callan y esperan… por si les conviene que así sea.
Mientras, en todo este tiempo, en Barajas no se pone una sola traba a los viajeros que llegan de cualquier país de la Unión Europea. Si no aterrizan más pasajeros contagiados es porque no se lo permiten desde sus estados de origen, no porque aquí se lo impidamos.
Este cóctel terrible de estrategia perversa, vagancia contumaz e idiocia permanente que se observa en tantas administraciones debe parar alguna vez. Que la voz sea única y que al menos haya una idea, siquiera una sola idea, buena y asumida por todos para vencer a un virus sin inteligencia al que hemos convertido en el colmo de la astucia, por nuestros errores.
Abrir indiscriminadamente las carreteras al tránsito general sería el siguiente y clamoroso error. Tan mortal como los anteriores y mucho más desesperante, por lo reiterado.
Paren este mortal tiovivo ya. O déjennos bajar, vacunando al personal.
Ni lo uno ni lo otro es, desgraciadamente, lo que cabe esperarse en España, un año después del inicio del desastre. Pero, al menos, no sigan equivocándose.