Reproducimos, con una mínima adaptación en su inicio, el editorial publicado el pasado mes de agosto en este periódico. Han pasado meses y el virus permanece. Creemos que sigue plenamente vigente el planteamiento de este texto y el ruego que encierra.
Andaba la Luna en cuarto menguante el 8 de diciembre, cuando disfrutábamos el Puente de la Inmaculada y desde entonces los españoles estamos en cuarto creciente de preocupación e incluso de histeria, a propósito del coronavirus. Razones tenemos, pero por partes.
El que mire y compruebe el desbarajuste de que cada Comunidad Autónoma marque su propia estrategia contra el COVID-19 tiene motivos para preocuparse. Mal está que según dónde vivas pagues más o menos impuestos o que padezcas unos servicios públicos mejorables o directamente infumables según dónde esté la frontera de cada región. Pero lo que no tiene un pase es lo de tener más riesgo de muerte según tu lugar de residencia, aun siendo todos españoles teóricamente iguales frente al bicho. Y es lo que se está fomentando, impunemente.
El que observe la inacción del Gobierno de España ya habrá pasado hace tiempo del estupor a la indignación más encendida. Poco más que añadir.
Las administraciones, todas, a día de hoy se pueden dividir en dos grupos: las que tocan el violín y las que no saben qué hacer. Tanto si lo sufres en Guadalajara como si cruzas la frontera de Meco y llegas hasta Madrid, pasando por Alcalá.
Con ese panorama, antes que encender una vela al santo de guardia o encomendarnos al político de nuestra particular devoción mejor si nos iluminamos todos con nuestra inteligencia y aplicamos, de paso, el más puro sentido común: no podemos esperar a que otros nos salven para garantizarnos nuestra seguridad y la de los nuestros.
Vale que en nuestra sociedad hayamos convertido en costumbre y en delirio lo de exigir al Estado, a la Administración regional, a la Diputación o al Ayuntamiento esto, aquello y lo de más allá. Sea lo que sea, incluso aquello que depende más de nosotros que del común. La prevención de los contagios por coronavirus es, en gran medida, uno de esos casos. Ante un puñado de asintomáticos deambulando por calles, plazas, terrazas o discobares no hay político, ni funcionario ni Administración capaz de ponerles un parapeto para que usted no se contagie. Lo comprobamos cada día. Y cada día, más.
Por eso, y por la torpeza de unos sumada a la incapacidad de otros, desde LA CRÓNICA le rogamos que se cuide usted. En primera persona. Si, además, tiene algo de familia y la aprecia en lo que vale, ocúpese de que la estupidez no anide en ellos. Pero no esperemos que esto se arregle desde los despachos, porque ya hemos visto que no podemos delegar en otros nuestra propia vida.
Queremos que nos siga leyendo. Por eso le pedimos, por favor, que no pretenda hacerlo desde una cama de hospital. Aunque haya cobertura. Con el coronavirus, bien lo hemos visto, no caben bromas.