La fotografía que ilustra estas líneas es engañosa. En ella se ve a dos candidatos a alcalde frente a frente, socialistas ambos, compadreando alegres como si la suya fuera una unidad de destino en lo universal, a prueba de rivalidades. El lector de LA CRÓNICA sabrá, a buen seguro, que son los que han venido dirigiendo los destinos de Alcalá de Henares y de Guadalajara en los últimos años, porque se trata de Javier Rodríguez y Alberto Rojo, con sus sonrisas.
Lo de que la imagen engaña es porque estos dos políticos, como muchos otros, han acreditado que en política se puede dar la mano e incluso un abrazo y, al mismo tiempo, estar realmente de espaldas, culo contra culo, buscando cada cual el beneficio para el cortijito particular. Anunciaron en 2019 una alianza entre ambos municipios que nunca se ha producido, ni se ha buscado, ni se ha querido más allá de una foto prelectoral de buen rollito.
Ejemplos de lo anterior hay muchos, incluso sin salirnos del Corredor del Henares. A estas alturas es un ejercicio vertiginoso asomarse a la hemeroteca y recordar lo que dijeron los alcaldes de Azuqueca de Henares y de Meco cuando anunciaron el no va más en la alianza intercomunitaria, para convertir a ambos municipios en un emporio logístico e industrial nunca visto. Y, en efecto, nunca se ha visto. A saber por dónde andarán los 1.000 millones anunciados para el Proyecto ALMA. Si alguno sigue mirando al cielo desde 2020 para comprobar si caen desde lo alto las inversiones prometidas lo único que ha podido ganarse, con toda seguridad, es una tortícolis a prueba de ibuprofeno.
Villarriba y Villabajo dieron mucho juego hace años en un anuncio de lavavajillas, que aunque dejó de emitirse permanece bien agarrado a las circunvoluciones cerebrales de los alcaldes, sean del partido que sean. Pese a que no lo reconozcan ni bajo martirio, Cabanillas y Marchamalo rivalizan por ver quién la tiene (la fiesta patronal) más grande. Marchamalo y la capital, a ver quién rebaña esta o aquella industria. La capital, a ver si el pueblo de al lado no se entera y le puede colocar un vertedero industrial antes de que un águila real (real o imaginaria, queremos decir) permita sacar la pata y la basura casi a punto de pasarse de frenada… Y así, hasta la extenuación. Que Cabanillas y Alovera se unieran semanas atrás para algo contante y sonante parece un milagro, aunque fue verdad.
José María Bris, tan joven que ya es octogenario, no se cansaba de apelar a la autonomía municipal durante los años en que fue alcalde de Guadalajara. Eso le sirvió para reclamar a la Junta que no le tocaran por costumbre los argumentos, que es a lo que se ha venido dedicando la Administración regional cuando el munícipe es rival y que es lo mismo que se hizo en dirección opuesta durante la «Era Cospedal», que duró poco aunque se recuerde tanto.
Si todo no se midiera por el regate corto y la zancadilla al contrario quizá los que miramos el partido desde la grada sufriríamos menos. La gestión del territorio, que es una arbitral competencia autonómica, va más allá de marcar líneas en los planos o de mover las avutardas en Bruselas un poco por allí, un poco por allá. Ahora que estamos ante la renovación de los egoísmos locales, atruena la omisión permanente de una apelación al trabajo en común, por encima de las fronteras municipales y de los carnés de los partidos. Es algo que se hace, con éxito, al amparo de los grupos de acción local, pero el afán por el entendimiento no parece que vaya mucho más allá.
En lo único que coinciden nuestros alcaldes es en la volcánica diarrea de promesas que preparan de aquí a la cita con las urnas. Lo de ponerse de acuerdo con el de al lado, si acaso mañana. O pasado mañana. O nunca, que es la costumbre.
Como si fuéramos tan distintos y nuestros problemas tan particulares como para no sumar en vez de restarnos, enfrascados siempre en localismos vanos.