Guadalajara ya no es lo que era. O quizá es que nunca fue lo que algunos quisieron hacernos creer. Desde los Mendoza para acá, vivir en esta ciudad y en esta provincia ha pasado, en gran medida, por no perder de vista al cacique de turno. Y el poder va de la mano del dinero. ¿Si no, p’a qué?
La duda surge cuando alguien busca millonarios por estas tierras y no los encuentra. Eso es lo que le ha pasado a un periódico madrileño, que ha dejado en blanco el perfil de Guadalajara al no encontrar potentado alguno que llevarse a la tecla. No es lo normal en la España de hoy. En eso, según parece, los guadalajareños son excepcionales.
La provincia que se aferró a Cela para hacerse un nombre más allá de La Alcarria ya apenas guarda memoria de Romanones y su empeño por comprar voluntades. En realidad, ya casi nadie se acuerda de Cela y todavía menos son los que aún lo leen. Y a los políticos de hoy no se les exige que compren votos con su propio pecunio. De ser así, no quedaría ni uno. Para eso está el dinero de todos.
«Guadalajara, tierra sin potentados» sería una película tan falsa como «Las Hurdes, tierra sin pan», el documental que hace un siglo apenas sirvió para que un rey rijoso montase a caballo por allí y que un aragonés jugase, cámara en mano, con el hambre ajena.
No se engañe el lector: en Guadalajara los hay que tienen millones en el banco. Más de los que se podrían señalar con el dedo por la Calle Mayor, esencialmente porque no suelen dejarse ver por allí. Para encontrar a algunos de los que más suenan es preferible acercarse a Madrid, a la hora de comer, en los restaurantes de precepto.
Mientras, los que de verdad importan se dedican a surtir de prendas las rebajas de Inditex. Como los paquistaníes o los vietnamitas, pero en la parte final del proceso, donde la logística se convierte en mileurismo con trazas de pandemia (económica) permanente.
El dinero por castigo tienen algunos, aunque astutamente no asomen por las gacetillas de los periódicos. El resto, la mayoría, bastante hacen con llegar a final de mes, con su sueldo magro o su pensión.
Los ricos existen, también por estos lares. Son menos pero mandan más. Porque, no nos engañemos, mandan sobre los que dicen que mandan.
Al menos, cuando esto se organizó, uno de ellos fue Marqués de Santillana y escribía bien. De los de ahora no consta que ejerzan más literatura que la de misterio.
Caros fantasmas. Por lo que nos cuestan.