Es difícil explicar qué son las corridas de toros al que las aborrece y lo es, casi por igual, intentarlo con el que llega por primera vez a un tendido y se dispone a ver el espectáculo.
De los primeros, hubo dos que se infiltraron en el sol y se tiraron al ruedo para montar su propio show una vez que Manzanares, antaño contundente matador, había dejado a su primero para el puntillero. Con el ruedo libre de peligro, dos espontáneos de los de ahora (con mensajes veganos pintados en el cuerpo y proclamas antitaurinas) se dieron unas carreras escapando de algunos subalternos y buscando, raudos también, el refugio de los policías del callejón.
En cuanto a los neófitos, cuatro tiarrones llegados desde Sudáfrica se estrenaron en la tauromaquia disfrutando como si el mundo se fuera a acabar. Que durante el diluvio del quinto casi lo pareció.
En sus localidades del 6, los australes bebían, miraban, intentaban aprender a comer pipas y hasta vibraban, intuyendo al paso de los toros el orden y los arcanos de la lidia. Uno de ellos, especialmente motivado, hasta llegó a tirar su camiseta al ruedo al paso de uno de los triunfadores, en comunión con el resto del público, en tarde de euforia reiterada.
Pues si difícil es explicar al que no quiere y al que no sabe qué es una corrida de toros, tampoco es fácil resumir a los lectores de LA CRÓNICA lo que se vivió en la primera de feria, porque fue mucho y diverso.
Para empezar, esta vez sí estuvo Victoria Federica en tarde de Roca Rey y en Guadalajara. Se la esperaba hace un año y falló. Ahora, no. Muchas miradas fueron las que se entretuvieron en seguir los gestos, tirando a hieráticos, de la royal española. Cuando se comprobó que el peruano le guiñaba un ojo, alguno debió sentir un frenesí interior.
Junto con la sobrina del Rey, hubo muchos miles más, hasta casi llenar el aforo. Entre ellos, claro está, los políticos locales. Esta vez jugaron a escapar de los tendidos más caros y se refugiaron en los altos del 7 el PSOE y bajo la pantalla gigante, los del PP. Tan importantes al menos como los muchos aficionados que se dieron cita y como las peñas, que pusieron la nota de alegría y de color, como acostumbran. Tal y como reflejan las siguientes imágenes:
Y en lo puramente taurino, los gacetilleros de plantilla que desperdigan sus crónicas por Internet han coincidido en sus elogios a las excelsas faenas de Manzanares, llenas de aromas, al temple araucano de Roca Rey y al derroche de esfuerzo del tercero en liza, Francisco de Manuel. Eso explicaría las ocho orejas repartidas y la puerta grande de la terna. La realidad fue mucho más contenida si se mira con pretendida objetividad, aun sin dejar en ningún momento de ser interesante. Cada cual lo vio como quiso o pudo… menos aquellos que se cobijaron más allá de los vomitorios durante el diluvio del quinto.
Porque fue el quinto, inválido, de El Pilar el que dio paso a un sobrero de Algarra que resultó ser, con diferencia, el mejor toro sobre el ruedo de Guadalajara en la tarde, ya oscurecida. Lo que más iluminó a los que resistían fue ver al mismo Roca Rey que manda sobre todo el escalafón poderle entre el barro a su oponente, sacar tandas poderosísimas y matar por derecho. Hasta el rabo le pidieron desde los menguados tendidos, aunque las dos orejas concedidas correspondieron, esta vez sí, a la épica del momento.
En su primero, Roca Rey anduvo tras el toro para intentar quitarlo, lo que da idea de quién tenía más casta de los dos. Un bajonazo le bastó para una oreja. El más aplaudido, con todo, fue uno de los miembros de su cuadrilla y no sólo por haber dejado algún buen par sobre el ruedo, precisamente. No hace falta aclarar más.
José María Manzanares dejó en su primero, es muy cierto, una estética sin oponente que, por eso mismo, a algunos les pareció vacía. El resto, que era la gran mayoría, estuvo encantado hasta el sainete con la espada. Sólo al quinto intento pudo enterrar la espada. Con la misma languidez recibió de capa el levantino, a pies juntos, al que hacía cuarto. Dejó algún bello natural y terminó de encender al público con una tanda vibrante, con ¡un azote! incluido al toro al acabar el tercer derechazo, previo al pase de pecho. La previsible oreja tras la estocada caída se convirtieron en dos, por petición popular y consentimiento presidencial.
Por lo que toca a Francisco de Manuel, su primero presentaba tan escaso trapío que costaba centrarse en la faena del madrileño, que lo intentó, incluso con dos pases cambiados en el inicio de la faena de muleta, ante un oponente que nunca dejó de embestir casi por las nubes. Lo mató de un estoconazo. Y en el sexto, el de la resaca del diluvio, mostró el joven diestro toda su verdad, con un inesperado inicio de rodillas y ganándose a ley el favor del público que había vuelto a poblar los tendidos, ya de noche cerrada.
Fue un digno colofón a una corrida inverosímil, cuajada de emociones y anécdotas, con cuatro sudafricanos remojados y felices, remisos a marcharse del coso de Las Cruces casi tres horas después. Como para no contarlo.
- Toros de El Pilar. El quinto lidiado, un sobrero de Luis Algarra, el más encastado de la corrida.
- José María Manzanares, de corinto y oro: varios pinchados y estocada desprendida (silencio); estocada (dos orejas).
- Roca Rey, de rosa palo y oro: estocada caída (oreja); estocada caída (dos orejas con petición de rabo).
- Francisco de Manuel, de burdeos y oro: estocada (oreja); estocada (dos orejas).