Lo que no debería haber pasado, pasó en la noche del viernes. Afortunadamente, sin daños personales para nadie, dado el momento en que se produjo el desastre.
Las consecuencias aún se podían ver en toda su extensión a primeras horas de este sábado, con una cinta impidiendo el paso y los restos vegetales cubriendo una amplia superficie, después del trabajo de los bomberos.
Minutos antes de las once de la noche, según han relatado testigos presenciales a LA CRÓNICA, uno de los árboles más singulares de Guadalajara, el de la plaza del Jardinillo (que no era una acacia sino un cinamomo) se precipitaba contra el suelo de forma inesperada.
¿Inesperada? No tanto, dada su inclinación hasta entonces permanente en ángulo de 45 grados.
Previamente a este suceso, para verificar la seguridad de un árbol de tan gran porte y tanta inclinación, a este diario ya se le había confirmado en fuentes municipales que, aunque en principio se descartaba que fuera peligroso, se le habían colocado unos testigos para comprobar fácilmente si había movimientos o no en su base.
Los ha habido y de manera tan rotunda como reflejan las imágenes de LA CRÓNICA. El árbol quedó arrancado de cuajo.
De acuerdo con el testimonio de testigos, a las once menos cuarto de la noche se precipitó este gran ejemplar sobre un árbol pequeño y un banco. En las inmediaciones, las únicas personas que había en ese momento eran unos chavales con patinetes.
La plaza del Jardinillo, uno de los lugares de la ciudad más queridos por los guadalajareños, es en realidad un relleno, consecuencia de la particular orografía del centro, como se comprueba al observar el gran muro de la calle Cervantes, que lo limita. Reformada a finales de los años sesenta del siglo pasado, quedaron allí enterrados unos urinarios decimonónicos. Recientemente fue restaurado el «Neptuno» que lo preside desde 1969.
Durante la gran tormenta «Filomena», la de 2020, el arbolado del Jardinillo ya sufrió los efectos de las inclemencias climatológicas.