Una de las justificaciones para la malhadada reforma de la calle Miguel Fluiters estaba en el bonito argumento de que así se facilitaba conseguir, algún día, una Guadalajara verde. Como mensaje subliminal permanente no tenía precio, aunque lo tuvo.
Como ya advirtió semanas después este diario, se pasó casi de inmediato del verde al negro en ese pavimento de caucho, que se sigue deteriorando pausada pero imparablemente.
La experiencia de teñir una calle de verde constituyó un fracaso perfectamente descriptible en 2023. ¿Qué es lo que ha llevado a cubrir del mismo color la Plaza Mayor de Guadalajara en 2024?
Que nadie tiemble, porque la cosa es coyuntural, reversible y esta vez sin coste para el contribuyente. No vayamos a pensar que el césped que hubo vaya a volver para refrescar lo que desde hace años calienta hasta las llagas el granito y el acero cortén, ni que los coches vuelvan a pasar por aquí, ni que haya un kiosco de prensa o tiendas de todo tipo y niños jugando por la tardes.
En la mañana del martes, el punto más céntrico de la ciudad se ha convertido en un improvisado parque de educación vial, con el patrocinio de una conocida aseguradora. Lo disfrutan los chavales y los políticos se hacen una foto. Lo normal.
Al lado, en el solar del «Maragato» ha estado durante días rascando una pequeña excavadora, rematando el enésimo detalle arqueológico del que se supone es el último informe requerido antes de poder vaciar para cimentar.
Con lo despacio que se hacen las cosas en Guadalajara sorprende que tantas salgan tan mal. Cuando salen.