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22 noviembre 2024
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¿De qué te suena Marta Harnecker?

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Los españoles no llevamos recuento de las viejecitas de 83 años que mueren en Canadá. Tampoco lo hacemos de ninguna de las provectas señoras que van cayendo por el resto de los países del orbe. Ni siquiera hacemos inventario de las nuestras. La gente se va muriendo de un modo muy natural: agonizando, expirando… y sin hacer demasiado ruido. Los alborotos son patrimonio de los políticos y de los vivos. Sobre todo de los vivos metidos en política, que esos no paran de hacer ruido, casi siempre para nada.

Octogenaria y arrugadita se ha ido a esa otra vida, en la que nunca creyó, Marta Harnecker. Tan olvidada la teníamos los nativos de este país como cualquier otra anciana en trance de fallecer. Esa mujer fue mucho para bastantes, hace demasiado tiempo.

Una vez muerto en la cama aquel otro octogenario, bautizado Francisco y apellidado Franco, los que por aquí andábamos ya en esos años nos pasábamos con respeto casi religioso aquel libro en edición de bolsillo, que desde hace décadas reposa en el mismo anaquel que muchos otros de aquellos días de pasiones sexuales, etílicas y vitales. "Los conceptos elementales del materialismo histórico" fue el catecismo juvenil de quienes desconocimos el de Ripalda pero necesitábamos referencias que nos guiaran fuera de casa, por el ancho mundo. 

Aquello duró lo que los enamoramientos. Después llegó la realidad.

Lo tangible es que la autora de aquel libro de referencia para toda esa generación, incluidos los que no teníamos edad ni para votar ni a la UCD de Suárez ni a la ORT de Sanroma, ha muerto en Canadá, después de mantener durante décadas su casa en el paraíso comunista de La Habana, quizá añorante del París del 68 que conoció con Althuser y lejano, muy lejano, el día en que nació en el Chile que aún no sabía ni de Allende ni de Pinochet. Han sido 83 años desde la cuna hasta el olvido.

Escribo estas líneas un 2 de julio, después de enterarme con un par de semanas de retraso de un fallecimiento que a pocos conmoverá, más por ignorancia que por falta de predisposición al sentimentalismo. Sin la Harnecker, que es como se hablaba de ella en los cenáculos, nos quedamos un poco más solos, menos colectivistas, alienados sin remedio por Telecinco y por Twitter, al alimón.

Será que en realidad, más allá de nuestros viejos sueños de fraternidad universal, siempre nos nacieron de uno en uno hasta terminar muriendo por riguroso orden de agotamiento.

El ejemplar de "Siglo XXI de España Editores, SA" se mantiene sin daños aparentes, con los subrayados a lápiz aún visibles y con una litografía en la portada que ya no recordaba: evoca una vieja fábrica inglesa, de altas chimeneas humeantes, de las que ya no hay en España porque están (casi) todas en China y en Vietnam.

Al tomar entre las manos aquel libro, tan viejo, he visto pasar el tiempo susurrándome a mi lado. Es lo que somos: tiempo en fuga, a la espera de un destino que siempre nos traiciona.