Fotos: Nacho Izquierdo
Textos: Augusto González
María Aguilera, trabajadora social en Cáritas
• Hay pocas cosas más tristes que un colegio sin niños. En Guadalajara, a los pasillos callados del «Badiel» les nació pronto el bullicio de adaptar el gimnasio para dar un techo provisional a los que no tienen ninguno. A quien no le cabe la tristeza en la cara es a María, cuya sonrisa pugna por salir de la mascarilla hasta llenar el aire sin siquiera asomarse. María, en su treintena, es más jovial que muchos viejos adolescentes. Si Benedicto XVI la viera así, confiaría un poco más en que algún día se haga posible algo de lo que escribió en la encíclica «Caritas in veritate», la caridad en la verdad. Sería hacer posible un mundo nuevo. O quizá es que esté empezando ya un nuevo mundo, ese que María lleva en ofrenda, dentro de una caja.
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Brayan Hernández, soldado de la UME
• Las guerras siempre las libraron viejos generales llevando al matadero a jóvenes casi imberbes. Hasta en eso han cambiado las cosas con el coronavirus. Brayan no empuña un subfusil sino la «matabi» llena de desinfectante. A sus 29 años está listo para vencer a un enemigo invisible, lo mismo que para servir a la patria que le acoge sin olvidar a la que le vio nacer. Eso es ser soldado en nuestros días de pandemia y desazón. Se está ganando sobradamente Brayan el pan y la panela, el sancocho y el cocido madrileño, el patacón pisao y la paella del domingo. Porque el futuro no tiene fronteras. Tampoco las tiene nuestro agradecimiento sin límites.
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Amador Salaices, puesto de frutas y verduras
• A cara descubierta se nos planta Amador entre sus tesoros y eso ya de por sí bastaría para conmovernos en días como estos, en que hasta las mascotas llevarían mascarilla si sus dueños pudieran. Nos mira desde el Mercado de Abastos, ese que andaba agonizante mucho antes del coronavirus y que con la pandemia se ha convertido en un reservorio de esperanza. Ante semejante panoplia de colores y aromas uno solo puede desarmarse de pesimismos y confiar en que hay vida más allá de nuestros miedos. Y comprar lo que nos tiente, hincarle el diente, saborearlo, paladearlo, disfrutarlo, alimentarnos de nuestros recuerdos y de los sueños incumplidos. En eso está Amador cada día, tranquilo y a cara descubierta: en servirnos futuro, tras pesarlo en su báscula.