Cuando Luis de Grandes marcó diferencias, muy notorias, con Zapatero ante la bandera de Estados Unidos

Una imagen histórica la de Luis de Grandes, de pie, y Rodríguez Zapatero, sentado, al paso de la bandera de los Estados Unidos.
Una imagen histórica la de Luis de Grandes, de pie, y Rodríguez Zapatero, sentado, al paso de la bandera de los Estados Unidos.

Ahora que empieza el segundo reinado de Donald Trump, a algunos les ha dado por cavilar sobre lo que le puede esperar a España y a Europa toda con el nuevo emperador yanqui.

Más allá de lo inexplicable de su figura física y política, el primer mandatario de los Estados Unidos tiene, al menos, el respeto que él no suele conceder a los que no son de su agrado. Cuestión de buena educación y de sentido común. Incluso de sabio cinismo, cuando no queda otra.

Han pasado más de dos décadas de aquel 12 de Octubre de 2003, con Aznar en la Moncloa e Irak de fondo. Aquella guerra de otros que sirivió como aglutinador de los gritos de la calle, por un lado, y de las estrategias a medio plazo de un PSOE en la oposición. Meses después, un 11-M terrible despejaría caminos para algunos al tiempo que llenaba a España de lágrimas por 192 muertos.

Pero fue ahí, en el desfile del Día de la Hispanidad cuando el guadalajareño Luis de Grandes empequeñeció, sin un aspaviento y sin mover un solo músculo, al sedente José Luis Rodríguez Zapatero, que optó por no levantar ni el culo ni el resto de su anatomía al paso de la bandera norteamericana. Mutatis mutandi, parecido a lo que ahora clama por los atriles Pedro Sánchez contra zanahorio Trump. Las chulerías lo son menos cuando las pagan otros o a escote entre todos.

De Grandes fue el contrapunto aquel día, callado y enhiesto. Del mismo modo que su silencio en esta su presente etapa contrasta también con la verborrea insidiosa del leonés, empeñando en hacerse un nombre y un hombre tan a deshoras.

Plantes y desplantes son la gasolina, incendiaria, de la diplomacia de vuelo más gallináceo, esa de la que España parece empeñada en no salir desde hace décadas, por la ineficacia de unos y la soberbia temeraria de otros. Son vicios que no atienden a razones ni a siglas de partido, si se mira bien.

Tanto si queremos escapar de él (que se diría que aspira a ser Él) como si estamos dispuestos a sufrir los rencores futuros por los desdenes presentes, a los españoles nos va a costar una pasta Donald Trump. Más incluso que aquel mal gesto de un supervisor de nubes que nos dejó a merced de tantos nubarrones.

Paraguas o gabardinas hasta que escampe, nunca antes de 2029.

Porque esto todavía no ha empezado y ya agota con solo pensarlo.

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