Ocurrió un jueves, pero no el 5 de agosto de 2021 sino el 3 junio 1971. Las ciudades, como las personas, tienen muy mala memoria. Han pasado 50 años del accidente que pudo cambiar el rumbo de Guadalajara y ya nadie se acuerda. De hecho, el cincuentenario del siniestro ha pasado sin pena ni gloria. Y eso que, de haber sido sólo un poco diferente la trayectoria de la aeronave, en vez de caer junto a Centenera podía haberlo hecho sobre la ciudad de Guadalajara, con fatales consecuencias.
Unos tiempos distintos y distantes
Eran los tiempos en que ni Franco había muerto ni los americanos habían abandonado aún la base aérea de Torrejón. Fuera cual fuese su graduación, raza o religión eran un buen negocio para el régimen y para los muchos españoles que, de un modo u otro, ganaban con tanto dólar como se movía por allí.
Para los alcarreños, lo más que se notaban del complejo militar eran las luces de la torre de control, que se avizoraban fácilmente desde El Clavín al atardecer. También, claro está, la satisfacción de que el utilitario de la familia pisara de vez en cuando los carriles de la autopista creada para ellos, desde la base hasta el nudo Eisenhower y el puente de la CEA.
Entonces, la N-II aún cruzaba Alcalá, la gasolinera de Diges era una auténtica excursión dominical para los guadalajareños (con las sillas metálicas de su terraza y un refresco como recompensa) y quien se aventuraba hasta la capital de España lo hacía en casi todo el trayecto por una larga recta, de un solo carril, con su único punto negro en el Puente de San Fernando.
Aquella mañana, a las nueve y media…
La Air Force tenía desde los cincuenta uno de sus baluartes en unos aviones cuya misión no era lanzar bombas, sino abastecer en el aire a toda su flota, en permanente estado de alerta frente a los soviéticos. Para conseguirlo jugaban un papel decisivo los Boeing KC-135Q Stratotanker. Eran unas aeronaves colosales.
El avión cisterna que nos ocupa venía de cumplir esa misión al sur de la Península. Este cuatrimotor en concreto, con 12 años de misiones a sus espaldas, había partido de Torrejón y a Torrejón pretendía regresar. Pero no llegó.
Según ha quedado descrito oficialmente, «se estrelló tras la explosión en vuelo del tanque de combustible principal nº 1. Se determinó que el roce de los cables de la bomba de refuerzo en los conductos fue la posible causa de la ignición».
Regresaba de «una misión de reabastecimiento de combustible de rutina sobre el Mediterráneo». Fallecieron como consecuencia del impacto los 5 tripulantes.
Las ovejas de Gonzalo Yélamos
Se estrelló a las afueras de Centenera, tan a escasos metros del pueblo que fue asombroso que las únicas víctimas civiles fueran dos ovejas.
A partir de aquí hay que seguir el testimonio de Luis Monje Ciruelo. A sus casi 100 años, es probable que aún recuerde aquella crónica para el «ABC», periódico del que era corresponsal. En esos años, los medios de Madrid eran incluso más cicateros que los de ahora con sus periodistas en provincias, aunque cueste imaginarlo. Tanto lo eran, que los lectores del diario monárquico sólo conocieron que la información procedía «de nuestro corresponsal, por teléfono».
Y la información era buena. Así pudieron conocer hace 50 años (y podemos recordar nosotros ahora) que el avión fue a estamparse contra el suelo a apenas 10 metros de la última casa del pueblo, donde vivía un matrimonio «delicado de salud». ¿Y lo de las ovejas, qué? Pues que andaba Gonzalo Yélamos con su rebaño cuando ocurrió el desastre. Dos de ellas, solo dos, murieron.
Extrañó entonces e impresiona ahora que nadie más resultara herido entre los 250 vecinos que tenía Centenera.
Aquella mañana, lluviosa, los que tuvieron piernas para hacerlo echaron a correr sin mirar atrás, hasta llegar a los montes cercanos, intentando ponerse a salvo de lo que parecía una versión doméstica del fin del mundo.
Las autoridades militares tardaron casi menos tiempo en quitar hierro al asunto que en alcanzar el lugar del suceso, a bordo de un helicóptero. Se destacó entonces el hecho de que el avión regresara de su misión, con los tanques de queroseno para el repostaje ya vacíos. Era verdad. Tan verdad como la nota más dramática aportada por el periodista alcarreño en su testimonio telefónico, para que tomaran nota de ello en la señorial redacción de la calle Serrano: «Cuatro horas después del accidente sólo habían sido encontrados, terriblemente mutilados, cuatro de los cinco cadáveres».
La noticia impactó entonces, sobremanera, a los habitantes de la capital de la provincia, que la vieron como algo muy cercano. También alcanzó a otros países, de modo incluso tan inesperado como una reseña de «The Telegraph», a cuenta de la vecindad en Dover de una de las víctimas. El rotativo británico relacionaba el siniestro con la «violenta tormenta» que se cernía sobre la zona.
Aun tendrían que pasar años hasta que nuevos accidentes, incluido uno tan cercano a esos mismos parajes como el de un F-5 en Valdenoches, volviesen a demostrar nuestra frágil memoria para las desgracias.