Nadie llega hasta Cahors en globo aerostático. Quien lo hiciera, comprobaría que el Lot abraza a la ciudad completamente, con la forma de una inmensa gota de agua. Eso es más que un meandro, es un acto –en lo geológico y muchas veces milenario– de pura camaradería.
En la primavera de 2024, que es cuando se han pergeñado estas líneas sobre el terreno, el río Lot baja caudaloso. Tanto, que amenaza incluso con rebosar la más que centenaria instalación de donde toma agua la ciudad, a pie de cauce. Río y ciudad conviven juntos, casi siempre en armonía, desde hace muchos siglos. A veces, con amistad desbordada, como el agua y sus cauces. Y lo que les queda.
¿Por qué Cahors? Porque existe en su contenida dimensión y porque vale la pena detenerse en una pequeña ciudad francesa, en medio de la mitad del país, a la que hay que ir… porque no te la encuentras al paso de ninguna gran autopista. Son poco más de 20.000 habitantes y muchos siglos de historia, desde al menos sus orígenes romanos.
• ¿Cómo se llega Cahors? Desde Madrid, la forma más cómoda es el avión, hasta Toulouse. Desde ahí, se puede recurrir al tren (con un transbordo) o al coche, (A62 primero y luego la A20, ambas autopistas y que en nada se parecen a las carreteras del resto de la región, bien asfaltadas pero estrechas y propicias para darle a todo un aire de aventura.)
Con lo que tiene la ciudad llega para vivir entre sus habitantes no sólo unas horas, sino al menos dos o tres días. A su ritmo e incluso buscando más allá de sus tópicos (que también los tienen) en forma del vino al que la ciudad da nombre. Hasta viñas hay que se suben, en piedra, por las columnas del claustro de la catedral, de la que hablaremos más tarde. Simbióticos, la urbe y los viñedos, en pregonarse por el mundo.
Como una paradoja histórica, para encontrarte con los orígenes de Cahors hay que descender unos metros, aprovechando que el muy reciente parking subterráneo ha dejado a la vista parte del anfiteatro romano, en la plaza que, en lógica correspondencia, es la del Amphithéâtre.
Pero ya que somos viajeros pero no dejamos de ser turistas, habrá que convenir que el trenecito que sale a cada poco desde la orilla del río es una buena manera de aproximarse al casco histórico. Además, el guía-conductor es todo un hallazgo (francés y en francés) que hace muy ameno el recorrido.
Al recién llegado no le resulta fácil averiguar las razones del Grand Palais, un imponente y vanguardista edificio salido del estudio de arquitectura de Antonio Virga y que se acomoda a los volúmenes primitivos de la plaza de Bessiéres, ocupando el solar que había dejado un cuartel militar del XIX, creando dos macizos bloques, uno de ladrillo y otros de metal dorado. Es de la poca arquitectura «moderna» y disonante que nos vamos a encontrar.
Para los más ortodoxos y menos anárquicos en su visita, indicar que la Oficina de Turismo se encuentra en pleno centro, en la Plaza François Miterrand, que a su vez acoge una imponente estatua de Gambetta. Uno, de natural preguntón, intentó que le explicaran si la municipalidad no estaba por quitar del callejero al presidente socialista tan amante de sí mismo como de sus diversas amantes. Parece que no. Francia demuestra, en eso y en otras cosas, ser menos voluble que España. Ni Miterrand tiembla desde el más allá por que le quiten su plaza como nadie osaría apear de allí a Léon Gambetta, que es paisano desde que su santa madre tuviera la feliz ocurrencia de parirle aquí, allá por 1838, aun siendo de familia genovesa.
El discreto encanto de la burguesía (sin Buñuel)
Avenida adelante, por todo su margen derecho hacia extramuros, cada casa presenta una azotea, incluida esa en la que una frágil anciana barre silenciosa. Visto el brío con el que maneja la escoba, el paseante queda reconfortado por la buena salud de la mujer, a pesar de sus muchos años. Todas estas casas, que alientan el espíritu burgués de Cahors, tienen en la altura que marcan las azoteas la primigenia del cinturón de ronda de la antigua muralla, que no podía ser sobrepasado sin la correspondiente sanción.
Casa a casa, paso a paso y calle a calle uno se va encontrando con una larga sucesión de impasses. Es la denominación que antecede al nombre que diferencia cada calle de las otras y que viene a recordar, en la lengua del país, que no hay salida, sino un fondo de saco. Más allá sólo está el río y algo así como la eternidad.
Es así como compruebas que el caserío de Cahors tiene una virtud inesperada: ni en lo decimonónico ni en lo medieval se presenta ante nuestros ojos como una ciudad repulida y falsa. Al contrario, los edificios, tanto los de hace siglo y medio como los que suman medio milenio parecen entes vivos, habitados y habitables. Y los que no lo son aún, lo serán con respeto a su estructura original: cotillear más allá de los portales y en los patios es una enciclopedia de restauración respetuosa, pagada casi siempre por bolsillos particulares. Un lujo sólo al alcance del sentido común.
De los muchos impasses que han salido a nuestro encuentro, uno de ellos está dedicado a Auguste Blanqui y es ahí cuando el arriba firmante recuerda algo de lo ya escrito en otras ocasiones sobre aquel pertinaz anarquista, que llegó a incomodar a Marx y hasta a las ratas de alguna de las celdas que habitó, en sus varias condenas, que nunca pudieron con él y su perseverancia. El respeto a la historia se sube aquí, literalmente, por las paredes hasta llegar a los letreros de las calles.
Habíamos dejado al republicano Gambetta subido al pedestal, junto al boulevard. Dicen que señala a París, donde también se deja ver en lo más lucido del callejero de la capital. Otros sostienen que indica no a los parisienses sino a los jesuitas y su colegio, donde recibió la educación que a otro seguidor de Íñigo de Loyola le ha llevado al Vaticano, después de pasar por Alcalá de Henares. Donde es seguro que no señala el prohombre local es al jardín comunitario «Agora», que ocupa parte de la amplia plaza y que es un vergel urbano amable y bien cuidado.
Una variante digna de interés es la veintena de «jardines secretos» que salpican la ciudad, aprovechando esquinas, antiguos solares… Se han convertido en toda una atracción y en un recorrido turístico con personalidad propia.
Podríamos quedarnos aquí, pero mejor acercarse hasta el monumento de los monumentos de Cahors. Para que nadie diga que no ilustramos como se debe al viajero que se asoma por esta ciudad…
El soberbio puente Valentré… hijo de la soberbia
Dentro de los siete pecados capitales, el de la soberbia es el primero en el orden canónico aunque, quizá, no en la frecuencia. Sólo atendiendo a la soberbia, al «porque yo lo valgo», se puede justificar una obra tan monumental y tan imperecedera como este puente Valentré, que se nos presenta con sus tres torres, enhiestas, medievales, solemnes… cuando nunca estuvo solo y nunca, en consecuencia, pudo regular el acceso a la ciudad, que podía hacerse por cualquiera de los otros puentes que siempre hubo para superar el Lot.
Así está desde finales del siglo XIV y, sobre todo, desde la restauración que sufrió (o de la que se benefició) en 1879 a manos del arquitecto Paul Gout. No corrió la misma suerte el llamado Pont Neuf, tan medieval como este, pero que cayó bajo la piqueta a comienzos del siglo XX, en aras de la modernidad mal entendida.
Al puente que aquí sí tenemos le protege la UNESCO (como patrimonio mundial) y su propia belleza, que impide que pase desapercibido y nos obliga, felizmente, a pasearlo de punta a punta y a admirarlo desde sus muchas perspectivas. Las fotografías que se acompañan dan fe de ello.
En una de sus alturas hay un diablo muy buscado por los turistas. Por ahí andan también pájaros que no son de mal agüero porque, a diferencia de lo que ocurre en la Torre de Londres, los de aquí no son cuervos, sino grajillas.
Al escribir estas líneas, lejos ya de tan vetustas piedras, al viajero se le presentan entre las teclas dos vínculos hispanofranceses que no suelen recordarse cuando se trata de Cahors, sobre todo en los apresurados artículos de viajes. El primero de ellos es que el Puente Valentré alcanzó la gloria de ser considerado Monument Historique nada menos que en 1841 de la mano de Prosper Mérimée, el mismo que tanto amaba a España, sus corridas de toros y… a sus hospitalarias marquesas, que frecuentaba.
En segundo lugar, si desde 1998 la UNESCO lo tiene en su lista del patrimonio mundial es no sólo por sí mismo, sino como parte de los Caminos de Santiago de Compostela. Las conchas peregrinas se dejan ver también en esta región, como en muchas de la República.
Una catedral con dos cúpulas y un románico febril
A la catedral de Cahors no le falta en su plaza más inmediata un mercado callejero con mucha fama y bien apreciado por propios y extraños. Así ha sido durante el último milenio largo, desde cuando el obispo Didier comenzaba a levantar los primeros muros. Como entonces, los puestos siguen ofreciendo los buenos productos de los hortelanos y también el trabajo de los artesanos; incluida la arisca creadora de zapatos de corcho que se rebela contra el fotógrafo al grito de «¡¡¡Copyright, copyright!!!»: curiosa forma de promocionar su ingenio y su negocio.
De esta catedral levantada en honor de Saint-Étienne lo que más llama la atención a quien la ve desde la distancia son sus dos cúpulas, gemelas y de notable diámetro. Pero la visita de precepto está fuera, en el románico desbordado de una de sus puertas. Cuente el lector los apóstoles y verá que las cuentas no le cuadran. Vuelva a mirar y verá a uno de ellos, medio escondido, en la parte izquierda del tímpano. Si tiene buena vista, busque en la parte más superior las figuras que coronan el último arco y se sorprenderá de la violencia que encierran, empalamientos incluidos. La paz y el amor bíblicos no encontraban acomodo fácil en aquella Europa.
Tanto la nave como alguna de sus capillas merecen atención y visita, sin dejar de lado el claustro, donde un gato dormita y las sombras nos regalan maravillas.
Qué comer, qué beber en Cahors:
Sobre la bebida, pocas dudas puede haber, ya que Cahors da nombre al vino de esta región, elaborado sobre todo con la variedad Malbec, la misma que luego harían célebre desde Argentina. Los primeros en conocer su calidad fueron los romanos, cuando se las tenían tiesas con los galos, así que lo mejor es aprovechar la oportunidad. Incluso cuando una copa te la cobran a 9 euros, un Domaine Valérie Courrèges de 2020 que, ciertamente, sabía a gloria. Y que valía lo que costaba.
En el mercado local la variedad es grande y el personal, amable; dispuesto siempre a aconsejar las mejores opciones para cada bolsillo.
En cuanto a la mesa y mantel, tres opciones, para según qué hora y qué plan.
• Si la comida del mediodía le pilla a uno cerca del puente Valentré, en Au Fil des Douceurs encontrará una oferta suculenta en su carta (unos 19 euros el plato). No faltará el queso de Rocamadour, pura gloria.
• Si es para cenar, no hay duda: el restaurante L’O à la Bouche es todo un descubrimiento. Los 65 euros del menú degustación están más que compensados por la sabia combinación de imaginación y calidad de producto. Además, el servicio demuestra que ante un comedor lleno, los buenos oficios de una jefa de sala eficaz y de hasta tres camareros diferentes (y muy diligentes) sirviendo una misma mesa pueden resultar en una experiencia sin tacha. De nota. De buena nota.
• Para una comida más desenfadada pero también reposada, el restaurante Bonnie, cerca de la catedral, cumple más que bien. Incluso con sus platos veganos, que los tiene.
Dónde dormir en Cahors
Para ir a lo habitual, Cahors tiene hoteles sobrados. Sin embargo, algo más exclusivo y también reconfortante lo puede encontrar en La Bellours, un remanso de paz en pleno centro, con piscina y aparcamiento gratuito. Las pocas habitaciones de que dispone propician que llegado el momento del desayuno los contados huéspedes se sientan tan en familia cuando coinciden en el comedor que la conversación fluye en varios idiomas. Lo hemos comprobado.
Más información útil sobre Cahors
Aquí no hay que darle muchas vueltas porque la Oficina de Turismo de Cahors, como la que se ocupa de toda la región de Occitania, facilita muy completa información y en español. Recurra a ella si ha sobrevivido a la larga extensión de este reportaje.