No es El Paseante el único de este diario que camina las calles. Andar es un ejercicio sano para cualquiera y si ese cualquiera es un periodista, motivo de más. El primer mono que bajó del árbol y se hizo humano se alzó sobre sus piernas para divisar, a lo lejos, los peligros de la sabana. Ahora, lo que nos acecha no es lo mismo.
Metidos como andamos en las ciudades, es preferible mirar al suelo que al frente para discernir la personalidad y la miseria de cada urbe. Y para evitar tropezones.
Si hace décadas se calibraba la excelencia de un bar por la cantidad de restos de gambas acumuladas en el suelo, ahora los españoles criticamos, en negativo, todo lo que no sea acera limpia y calle despejada. Para el gacetillero es un recurso más fácil arremeter contra el munícipe por la suciedad, tan a la vista, que por los apaños o la ineptitud en la gestión, que suelen quedar ocultos y que los asesores siempre disimulan, cuando afloran.
Decíamos que es bueno andar e incluso acercarse hasta Madrid, santo y seña de la derecha que viene, para otear el horizonte. Anda tan mustio el PSOE por esa capital que ni se atreven a soñar con echar al actual alcalde del sillón, por más que dé motivos.
Imitemos, pues, a El Paseante, y deambulemos para contarlo.
Cuando amanece un domingo de verano, en Madrid solo madrugan los que trasnochan, las moscas, los turistas y la mendiga de la calle Serrano con el vasito para las limosnas, tan vacío como su estómago.
Cerca de allí, la Policía mantiene cercado el Ritz, protegiendo la importancia de algún glorioso con pasaporte.
Un poco más allá, los empleados del Museo del Prado van llegando, entre saludos.
A pocos metros, justo al lado de un quiosquillo donde se apilan folletos para el turista, uno de los bancos de piedra del Paseo del Prado luce en todo su esplendor la dejadez del servicio de limpieza de la Villa y Corte.
Es tal la acumulación de hojas secas que algún especialista quizá podría encontrar en ellas ejemplares del otoño del 2020 o incluso de antes de la pandemia. ¿Qué hacen tantas hojas ahí, en plena canícula?
A José Luis Martinez-Almeida no debe importarle ni ese banco ni quizá el Banco de España, porque las suyas son otras guerras, internas. Es lo que tiene insistir en llenar las urnas más de sentimientos y animadversiones que de razones y recuento de incumplimientos.
A los periodistas cargados de años y de espalda les sigue provocando interés un barrendero con escoba, qué tontería. Como si las calles limpias, dispuestas para andarlas, fueran importantes.
Si lo fueran, ¿no las barrerían?
Los periodistas de antes, ya saben, también gustaban de la ironía.